Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Ídolos

13/10/2020

Cuando yo era niño, buena parte de mis ídolos estaban en la televisión. Yo quería ser como Tarzán, d’Artañan, Edmundo Dantès, Robinsón Crusoe o Curro Jiménez. Todo en ellos me apasionaba salvo, lógicamente, el sufrimiento experimentado. Pero dado que posteriormente habían conseguido éxito y triunfos, bien merecía la pena haber padecido penurias, pensaba yo. Además, lo que más me sorprendía es que jamás perdían su tiempo en ir al váter; eso no lo vi jamás. Qué superhombres. Yo quería ser como ellos: aguerrido, valiente, triunfador… y no dedicar ni un segundo a cosas mundanas que, además y en aquellos tiempos, hasta pensar en ellas me daba cosa. Ha pasado el tiempo. Ahora salgo a la calle para encontrarme, en un mismo día, a un ser inmundo, andrajoso, sin mascarilla, que va generando gargajos que, sonora y chulescamente, lanza contra el suelo intentando acertar en dianas que identifica con su mirada. Minutos después me encuentro en un medio de transporte público con otro que va escuchando música a un volumen desorbitado impidiendo a otros viajeros concentrarse en lo que van haciendo o simplemente ir tranquilos. Al recoger las entradas para un concierto, es imposible no percatarse de la cara de impotencia que pone un gestor intentando hacer ver a una señora la imposibilidad de atender su demanda. Ésta le exige entradas para su hijo, un mico precioso de 4 años, a fin de que asista a un concierto de orquesta aludiendo al carácter público de la misma y a su derecho democrático. Ya en el concierto, un músico de percusión, que está en el escenario escasamente 15 minutos y que ni canta ni toca instrumento de viento alguno, sale con una botella de agua echando traguitos, en medio del escenario, cada 5 minutos. Acabado el día, temeroso de que mis referencias de siempre se desvanezcan, vuelvo a casa, enciendo la tele y me refugio en un capítulo de Simon Templar. Mi integridad emocional peligraba y la pongo a salvo… al menos en esta noche.