Jesús Fuero

TERCERA SALIDA

Jesús Fuero


Estación 13

11/06/2019

En el camino de ascensión a San Julián el Tranquilo, tras subir las cuestas y repechos, continúa la serpeante senda que nos conduce a la ermita donde dicen que el Santo de Cuenca acompañado de su criado Lesmes hacia canastillas de mimbre que luego regalaba. En la margen izquierda hay cruces metálicas, de óxido solemne, que a los pies nos recuerdan el misterio que los cristianos celebramos en Semana Santa, el viacrucis, el camino a la cruz que cambió el mundo. La primera cruz nos recuerda que Jesús es condenado a muerte y la última que fue enterrado. Este mes de mayo la blanca flor de la milloma se ha dejado ver en ese arbusto grandote que crece en las zonas más frescas de la hoz. Yo oí decir a mis mayores: «Le dijo la abeja a Dios: de la flor de la milloma yo comeré y al hombre que pique yo mataré.-Y le dijo Dios a la abeja:de la flor de la milloma no comerás y si al hombre picas morirás».
 Ayer, subiendo a San Julián el Tranquilo un amigo me llamó cuando pasaba por el Mirador de Emiliano, me preguntó qué es lo que estaba haciendo, y yo le dije que penitencia, pues me resultaba durilla la ascensión hasta la ermita tras la breve siesta y sin el café habitual. Durillo, molesto, decepcionante, resulta para todos los que por aquí pasamos que en el mirador de Emiliano alguien quitara el cartel informativo hace tiempo de su lugar, dejando unas maderas desclavadas como testigos de su vergonzante tropelía. La misma impresión produce el cartel informativo anterior en la cuesta de la subida, o la barandilla de madera que parece no estar volcada por casualidad, si acaso rota por las bases como reto de algún machirulo muchitonto. Todo esto forma parte de lo que ahora llamamos actos vandálicos en recuerdo de los invasores del norte que destrozaban y arrasaban con todo lo que encontraban a su paso, a veces muriendo para seguir avanzando. Lo vandálico de este asunto solo lo haría el tonto graciosillo de la retaguardia por no ser menos, sin más, sin reparar en nada que es lo que hacen semejantes seres dañinos y alevosos clandestinos. Y yo me acuerdo de uno de mis maestros que llamaba a este tipo de actos «sabotaje», el acto más tonto que puede cometer una persona contra sus semejantes, pues «hace daño sin conseguir nada», si acaso generar animadversión, repudio, malestar, algo que debe producir satisfacción a semejante cosa humana, espécimen, o lo que sea. 
 De la 13 te llevaste, destrozaste, la representación sensible de aquello que no tienes y que quizá anheles, ser hijo en brazos de su madre, porque quizá seas incapaz de aceptarlo y no tengas el regazo de una madre, o por tu cobardía no te atrevas a dejarte querer por quién te dio vida. Si eres idiota anónimo, sin animo, o sin anima, es asunto que a nadie importa, pero que has puesto de manifiesto tu idiocia es algo que todos sabemos. Una madre que recoge a su hijo muerto en sus brazos siempre ha despertado ternura a los bien nacidos, algo que quizá no sea tu caso. Tu estupidez nos deja sin ese recuerdo evocador a los paseantes, peregrinos, turistas, penitentes o curiosos, que alguna vez nos hemos fijado en esa cruz, en esa esa estación del viacrucis, sin sentir el dolor que ahora sentimos al comprobar que hay gente, o lo que sea, capaz de semejantes torpezas. Tú te has llevado o, sin más, has destrozado un símbolo, unas letras que representan una escena de hace dos mil años, y así te has convertido sin más ayuda que tu negligente actitud en tu propia cruz, esa que te acusa, y siendo lo que eres, protervo y miserable, yo te maldigo. Para el cristiano, si ofender es tu propósito, las palabras que arrancaste del hito son lo de menos, y aunque mentecatos como tú, que eres doblemente ignorante, desconocerán o no quieren saber (lo que es aún peor) que han sido las más reproducidas y leídas desde que existen los libros, forman parte de nuestra cultura, de nuestra historia, de nuestro ADN. Tú sabes quién soy yo, al menos tienes un nombre, y yo quizá nunca sabré el nombre de ese ser cobarde, o lo que sea, que anónimamente se hace llamar repugnante sin dar la cara por vergüenza, cobardía, o lo que sea. Quizá en un alarde de inconsciencia, creyéndote valiente, fuiste capaz de deshonrar a tu madre. Cobarde.