Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Tocando fondo

25/11/2019

Los hay que están bajo el volcán cuando éste entra en erupción y ni se inmutan. Lo de la vieja guardia andaluza: el clan de los gazules, ha tenido un final dramático con la sentencia de los ERE, que, por un momento, nos ha recordado a Maquiavelo: el poder por el poder, a costa de lo que sea, y eso, a fe que está muy feo.
Hace años escribí en este mismo diario un artículo bastante bien documentado en el que me preguntaba con verdadero asombro cómo  era posible que, con el río de millones, primero de pesetas y después de euros, que habían recalado en Andalucía, en especial desde nuestra entrada en la Unión Europea, esa región siguiera en la cola de Europa, sin apenas industrializar y con jornaleros y peonadas de la época de Miguel Hernández. La respuesta estaba ya en el aire: la triste herencia de Cánovas del Castillo. Limosnear, atraerse voluntades con prebendas, en vez de proporcionar una buena caña con la que pescar y sacar aquella tierra, antaño feraz, de su retraso.
El entramado creado por una Junta como la andaluza era una maquinaria enferma y podrida que giraba en el vacío y que antes o después iba a dar el estallido. Eso lo sabían hasta los mismos ideadores del mecanismo, pese a los triunfos sucesivos del PSOE en aquella región, donde parecía que la derecha jamás tocaría pelo porque ya lo tocó bastante Millán Astray y los suyos. Y al final pasó lo que tenía que pasar, y, pese a las mil triquiñuelas y amaños, salió a la luz una sentencia vergonzosa y vergonzante que, por suerte para Pedro Sánchez –así al menos lo hemos de creer–, no se hizo pública antes de las elecciones del día 10 (lo contrario habría sido devastador).    
Y no por esperada y presentida la sentencia, como ciudadanos y aún más como viejos socialistas, hemos sentido un estallido de rubor, tanto más grande cuanto que hemos visto la cara impertérrita de los corruptos que ya hacen sus cálculos para ver el tiempo que van a pasar a la sombra, no mucho, porque, como ya saben éste se queda en la mitad de la mitad, y, una vez más, hemos de repetir con auténtico desánimo: ¡Qué barato sale robar en España y qué fácil forrarse cuando se tiene la sartén por el mango, porque eso de resarcir no cuenta!
Y hasta los menos dotados del lugar saben perfectamente cuál es la causa primera de estos escándalos que abochornan nuestro país y que han convertido a España en modelo de perfidia. La perpetuación de los mandatos: ahí está la clave. Y de eso sabemos mucho en Castilla-La Mancha donde un presidente de la Junta y un rector de la Universidad aspiraron a la eternidad, so pretexto de que había que concluir un proyecto que sólo existía en sus calenturientas mentes. Dos mandatos, como hizo Aznar, y a la calle. A partir de los ocho años empiezan a salir hongos y grietas y el elegido, merced a los turiferarios, empieza a creerse imprescindible y cambia, si hay que cambiar, las leyes para seguir repantigado en la poltrona.
¿Cuánto tiempo tendrán que soportar improperios de todo tipo los socialistas, incluso por parte de quienes tanto tienen que callar y que ocultar? Porque, por Sevilla, excepción hecha de Susana Díaz, a la que le va mucho en el envite, no hay Dios que pida perdón por los errores cometidos ni hay nadie que haga propósito de enmienda. La excusa, como en los escándalos del PP, siempre la misma: es cosa del pasado; nosotros no tenemos nada que ver con ellos; no los conocemos; además, nosotros vinimos a regenerarlos. ¡Qué pena que muchos, imitando al duque de Lerma, sin duda el mayor ladrón que dio España, para evitar ser ahorcados se vistan de colorado! Nada extraño que Vox engorde y termine siendo como la rana que devoró al buey.