Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


"La extraña investidura", la opinión semanal de @nuevosurco

24/07/2019

Vamos a llegar a lo calores agosteños con dolores de investidura que de momento va a ser que No, al menos en primera ronda. El calor es tan sofocante como trabajoso es ponerse a dedicarle una líneas a estos políticos nuestros que se han pasado un buen puñado de horas tirándose los trastos con furor en la Carrera de San Jerónimo sin respetar siquiera la hora de la siesta, ni el cansancio de la mayoría de los españoles.  Lo estoy haciendo con gran pereza y no sin antes recordar unas cuantas impresiones de las que he recibido en el Congreso durante la investidura de un Pedro Sánchez que, digan lo que digan, es un tipo astutísimo con un instinto de supervivencia al más alto nivel. Exige abstenciones a la derecha,  y pone verdes a los que están dispuestos a apoyarle por la izquierda. En el fondo parece querer volver a las urnas para rematar su faena y seguir su particular escalada de escaños hundiendo del todo lo que queda de Podemos.
Pablo Casado estuvo en la línea adecuada para reivindicarse como líder de la oposición en su batalla particular con Albert Rivera.  Más solvente, más convincente. Casado es más culto que su antagonista  de la derecha, tiene más recursos y, además, hace gala de vivir en familia tradicional, sin  Malú ni papel couché. A la larga a los españoles les gusta más esta imagen que  la de las aventuras riveristas.  La otra punta del tridente de la derecha, Santiago Abascal, cultiva un discurso que a veces recuerda a la ampulosidad aquella del toledano Blas Piñar, y cuida así de una parroquia que siempre será reducida, aunque de los tres,  Casado es el único que asiste el domingo a misa sin falta, católico prototipito de los que suelen gustar a las madres de orden de todas las novias en edad de casar y procrear. Porque Rivera es demasiado imprevisible y Abascal tiene un punto golfo y paganini a pesar del núcleo duro de su feligresía. 
Pero la llave ahora está en la izquierda. La tiene el Podemos de Pablo Iglesias al que Sánchez atiza con todas sus ganas a ver si consigue que humille un poco más o directamente le deja el campo libre para convocar de nuevo elecciones y terminarlos de hundir. Podemos es un partido en estado de disolución y quiere salvar algunos muebles en esta investidura. No tiene este partido ya mucho que ver con aquel que pretendía asaltar los cielos y llevarse por delante el régimen del 78. Realmente se han dejado todo el equipaje por el camino a ver si lo recoge alguien con más convencimiento y consistencia que ellos. Últimamente el cielo tiene forma de cartera oficial,  y por eso quería Iglesias ser ministro a toda costa, de lo que fuera, pero la jugada no le ha salido, aunque él, que es duro de pelar y tiene colmillo retorcido, le ha dicho a Pedro Sánchez que da un paso hacia atrás, pero que los ministerios correspondientes se los repartan algunos miembros destacados de Podemos. Él piensa en Irene Montero, que inevitablemente es su pareja, en la intimidad y en el Hemiciclo, con lo que la casona de Galapagar se convertiría en una suerte de residencia ministerial, repleta de coches oficiales y patrullas de la Guardia Civil. ¡Lejos queda ya aquel pisito de Vallecas donde Iglesias prometió vivir siempre para no alejarse nunca de los sinsabores de la clase trabajadora!. El precariado, al que se ha referido con insistencia Pedro Sánchez durante su discurso de investidura, desconfía, sin embargo, de las buenas intenciones de Pedro y de las soflamas obreristas de Pablo. Mucho más desde que su negociado no es asaltar el cielo, donde el mercadeo político no es posible,  sino conseguir algún trocito de pastel de la casta a costa de poner al PSOE ante su gran dilema. En la casa del puño y la rosa no quieren a Pablo Iglesias ni en pintura, solamente lo quieren ver en el retrato de aquel otro que fue su fundador, pero para conseguir una pronta investidura tendrán que pasar por el aro y hacer sitio  en la mesa del Consejo de Ministros a unos cuantos grillos de la formación morada que podrían poner en cuestión el respetable y centrista canto europeo que Sánchez quiere entonar a pachas con Macron. Podemos, mientras tanto, entona su canto postrero y no se conformará con cualquier cosa. Ya ven a Irene Montero de vicepresidenta. Que tome nota de José García Molina, a ver si consigue que a ella le vaya un poco mejor. Sea como fuere, todo parece indicar que los morados han llegado a un punto de colisión en el que los cielos pueden esperar para ser asaltados, y si acaso uno sube a ellos en coche oficial y con moqueta.