Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Diario del año del desastre (y XII) Convivir con el virus y algunos con sus remordimientos

07/06/2020

De cara a la tercera fase de la desescalada, y cuando ya son mayoría los que, ante todo, quieren olvidar, a punto de alcanzar un estío que no se decide a entrar, son muchas las preguntas y los interrogantes que se plantean. El primero, y esencial, si realmente hemos ganado la batalla al coronavirus; si el fuego está apagado y únicamente tendremos que ocuparnos, como los bomberos en un incendio, de controlar los inevitables rebrotes; por más que la amenaza de noviembre siga pendiente.
Segundo, si algún día llegaremos a saber, si no el número exacto, sí al menos el aproximado de las víctimas de la pandemia; porque ahora resulta que aquí no se pone de  acuerdo ni Dios, provocando, una vez más, la burla de la prensa británica, obsesionada con nosotros. Las diecisiete autonomías conforman ya una pequeña torre de Babel donde ya cada cual suma y habla según su leal saber y entender.
Tercero, ¿cuál va a ser la actitud de esos cincuenta y dos mil sanitarios contagiados y más de sesenta muertos por la terrible desprotección  con la que tuvieron que hacer frente a la pandemia? Por no hablar de los miles de fallecidos en residencias en el más absoluto de los abandonos, o en los hospitales por falta de medios –es evidente que, sobrepasados por las circunstancias, hubo que seleccionar, abandonando a muchos a su suerte, que ya sabemos la que era –. Es la hora de los juzgados, de los jueces y de las denuncias, y, francamente, no me gustaría estar en la piel de los presidentes autonómicos o en la del Gobierno, en especial del núcleo de Sanidad, cuyos errores son cuantiosos, empezando por el tiempo precioso que se perdió en las primeras semanas, dejando que la infección se propagara como plaga bíblica.
Cuarto, ¿depondrán el señor Sánchez y su vicepresidente Iglesias su actitud arrogante y chulesca, que les ha llevado a depuraciones tan absurdas como la practicada contra Miguel Ángel Idígoras, corresponsal en Londres, por su comentario sobre el acuerdo con Bildu para cargarse la reforma laboral? Eso se llama terror indiscriminado, y que personas como Rosa María Mateo hayan secundado semejante actitud dictatorial me parece como para pasarse unos meses sin asomarse a la primera cadena (yo ya lo he hecho).
Quinto, ¿proseguirán los dos caballeros antes citados su política de enchufismo, metiendo a dedo hasta 26 altos cargos (Zapatero había llegado a 11 y Rajoy a 12), como acaba de hacer don Pedro, creando una dirección general nueva para su amigo de infancia e imagino que compañero de pupitre, José Ignacio Carnicero? Y todo ello, aprovechando que andábamos mirando hacia otro lado, y sin tener en cuenta las penalidades por las que millones de españoles pasan, y el hecho, ya de por sí gravísimo, de que entre unos y otros han convertido la nave del Estado en uno de esos galeones que zozobraron en el Canal de la Mancha con la Invencible. ¡Ay si socialistas de verdad como don José Prat, Julián Besteiro o Tierno Galván levantaran la cabeza de sus respectivas tumbas! Y eso sin contar los asesores que hacen de La Moncloa una nueva corte de Versalles. Los hay que empiezan perdiendo el pudor y de ahí pasan a la dignidad. Como habría dicho Unamuno: Así no, así no.
Y sexto: ¿hasta cuándo seguiremos con esta oposición ultramontana que embiste, embiste, pero no ejerce su función con argumentos serios, viviendo a diario en medio de la bronca, el altercado y la descalificación, como si el pueblo fuera imbécil?  Piensen que incluso los que estamos del Gobierno Sánchez-Iglesias hasta la coronilla, antes nos quedaremos en casa que votar a personajes como Cayetana Álvarez de Toledo (mucho ruido y pocas nueces). Por el momento, me sumo al lamento de la canaria Ana Oramas; aunque me atrevería a consolarla diciendo aquello de: déjalos, que son como niños a quienes sus padres tendrían que ponerlos al tajo para que supieran lo que vale un peine.