En la Escuela de Arquitectura de Toledo seguro que en estos meses de confinamiento y pandemia, alumnos y profesores habrán debatido sobre arquitecturas postcovid. ¿Cómo deben construirse las casas, los edificios públicos, los lugares de ocio para enfrentar eficazmente situaciones de aislamiento por hipotéticas y futuras invasiones víricas o catástrofes naturales? Si nos atenemos a los que se nos ha contado y hemos oído, para la gran mayoría su casa no ha sido un refugio, sino una cárcel. Vivir sin poder salir al exterior ha sido una tortura. Así podemos comprender en su compleja simplicidad por qué los bares son más importantes que las Bibliotecas, las Universidades o los Museos. Lo que la gente anhelaba era hacer deporte – debemos ser el país con más deportistas de Europa - o encontrar un lugar, al margen de la vivienda, en el que poder respirar y sentir la luz natural: la terraza de un bar, aún colocada entre tráfico contaminante.
No se trata de hacer interpretaciones sicológicas ni sociológicas sobre los efectos de confinamiento en la gente; ni escribir sobre la incapacidad para soportar la soledad o el miedo a la introspección, sino evocar una cierta nostalgia del tipo de casa de planta baja, con patio central, con jardín, con parras, granados o membrillos, que existieron durante siglos en Toledo. Eso era un estilo de vida. La especulación inmobiliaria, una difusa modernidad, más el deterioro de los materiales contribuyeron liquidar esta tipología de viviendas. Se impusieron las jaulas de las épocas del desarrollismo al que aún se aferran los Ayuntamientos como fuentes de ingresos. Sin embargo para quienes hayan dispuesto en los meses recientes de confinamiento de casas de una sola planta, el aislamiento habrá resultado menos insoportable que para aquellos que viven en apartamentos o pisos en altura. Hasta hace pocos años el modelo predominante, incluso en los edificios de vecindad, consistía en tener un patio, más o menos grande, en el que los vecinos o las familias se juntaban. En esos patios se originaba una cierta sociedad cooperativa primaria. Abundaba la solidaridad comunal y, en lenguaje cercano, el ‘buen rollito’ vecinal. Esa morfología de casas de una sola planta o como máximo dos, nos dijeron, eran arqueologías lejanas e insalubres, incompatibles con las exigencias de la vida moderna. Nadie imaginó pandemias, ni incendios, ni calores tropicales o fríos polares. Pero sí lo habían hecho quienes construyeron, durante siglos, ese tipo de vivienda, de las que ya apenas quedan en Toledo.