Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


La Monarquía en peligro

12/07/2020

Aprovechando el caos de la pandemia, que antes que retroceder, avanza inexorable por culpa de tanto inconsciente e impresentable que sigue habiendo en nuestro país, la santísima trinidad podemita ve, como requetepintada, la ocasión de iniciar un ataque definitivo contra la Monarquía, como modo de reivindicarse ante un electorado cada vez más harto de sus continuas imposturas.
Justo es reconocer que el rey emérito se lo ha puesto como se las ponían a Fernando VII (las carambolas quiero decir). En una época dorada, con una reina de verdad (al menos en apariencia) a su lado, con aquella controvertida intervención de la madrugada del 24-F, que tanto dio que hablar, pero que tanto rédito le dio, y creyéndose que esto de la inviolabilidad era jauja y que hazte buena fama y échate a dormir, inició su decadencia vital, humana y ética. Su gran error: quitarse de en medio a un hombre de talla excepcional, el asturiano don Sabino Fernández Campos, y echarse en brazos de esa elite tan poco recomendable, convencida de que España es su finca y que el mundo está hecho para gozo de unos cuantos y que se sacrifiquen los demás.
Y fue así como salió a todo trapo el borbón que llevaba dentro, la triste herencia de su abuelo y demás antepasados: las mujeres, la fiesta y el dinero. Haced lo que yo diga y no lo que yo haga. Durante un tiempo, con unos medios de comunicación prudentes y sumisos, todo fue bien; se oían cosas muy fuertes, pero eran rumores, hasta que la Monarquía dejó de tener barra libre y ahí empezó el calvario. El hombre inmaculado, el rey que había hecho la transición (traicionando, no lo olvidemos, al Caudillo y a su propio padre), era un bradomín abúlico y jaranero, rodeado de amistades peligrosas y dispuesto a hacerse un capitalito en Suiza a costa de lo que fuera.
Lo de Urdangarín lo soslayó como pudo; pero aquel tremendo escándalo fue un auténtico torpedo en la línea de flotación de la Monarquía, que, desde entonces, no ha levantado cabeza, por muchos esfuerzos que haya hecho Felipe VI. Tanta gente que lo está pasando muy pero que muy mal se pregunta quién paga a la familia de Cristina de Borbón su altísimo tren de vida en Ginebra (la ciudad más cara de Europa) y los colegios y guardaespaldas de sus hijos. Ya saben el viejo dicho: de dónde sacan pa tanto como destacan… Y ahora, en plena pandemia, cuando España se debate en mil y una dificultad, con cientos de miles de ciudadanos hundidos en la pobreza, otra mujer despechada, la tal Corina, pone al Emérito en el disparadero, con la particularidad de que esta vez ya no le queda la salida de ponerse ante las cámaras de la televisión reconociendo que se ha equivocado, que ya no lo hará más… Además, ahora tendría que restituir el dinero apropiado, confesar al pueblo español lo que hacía mientras afirmaba rotundamente que todos somos iguales ante la ley (unos más iguales que otros) y cómo se las ingeniaba para evadir impuestos.
Decía Baudelaire que hay en el hombre dos postulaciones, una hacia Dios y otra hacia Satán. Pues bien, en el caso del Emérito, el daño es incontestable, pero para solventarlo ahí están los tribunales, los de España o los de Suiza; pero aprovechar este dislate para hacer tabula rasa e iniciar, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, un proceso a la Monarquía, dista lo suyo. Máxime cuando la obsesión de los independentistas y separatistas es acabar con la Monarquía para coronar testas como la de Pujol, Otegi, o la santísima trinidad (los dos Pablos y el Monedero oculto), por no hablar de don Pedro Sánchez, encantado de conocerse y de adoptar la actitud de Poncio Pilatos, por si un día cae la breva. A nadie le amarga un dulce, que decía don José Bono. El problema es que por estos lares, a quien más y a quien menos se le ve la colita, y que en España eso de dar ejemplo es cosa antigua. Lo que hoy se estila es sacar tajada a costa de lo que sea. Y mientras ruge Eolo, ahí tenemos a don Felipe VI y señora haciendo lo que pueden para lavar la imagen. Esperemos que esto no acabe como Amadeo I de Saboya.