Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Lacra

01/03/2020

Susana lleva días saliendo a escondidas del centro de acogida. Ha encontrado un grupo de amigos con los que pasa las tardes en la barriada de Corea, un enclave donde la inmundicia y la necesidad se dan la mano. A sus 14 años, ha aprendido a vivir sin el afecto de su familia, pero en el fondo esconde un vacío tremendo que la empuja a agarrarse a cualquiera que le muestre un mínimo de atención.
Hoy ha vuelto a ese bar ubicado en Son Gotleu, donde siempre hay hombres que se acercan para invitarle a un cubata o incluso para ofrecerle un amplio abanico de estupefacientes. Acostumbrada a esta clase de ambiente, apenas le da importancia, aunque su tutor, Andrés, un psicólogo recién salido de la Facultad con el que ha labrado una relación especial, ya le ha advertido de los peligros que puede conllevar rodearse de gente carente de escrúpulos.
«¿Te gusta mi móvil?», le pregunta un señor entrado en años, que fuma un purito y al que ha visto en numerosas ocasiones en ese pub mugriento. Susana, con sus ojos como platos, sonríe inconscientemente. Se trata de uno de los modelos más cotizados, de los últimos que Apple ha sacado al mercado. «Si quieres, yo te puedo comprar uno», continúa el anciano, copa en mano, mientras acaricia su pelo y comienza a lanzarle piropos y a hacerle propuestas deshonestas al oído. La adolescente, pronto comienza a sentirse incómoda y no sin esfuerzo consigue alejarse de él.
La fiesta continúa y el consumo de drogas y alcohol empieza a hacerse notar. Una de las amigas comenta a Susana la posibilidad de ganar bastante dinero si decide irse con otro de los clientes que se encuentran en el local. Está sentado de espaldas, en la barra, fumando un cigarrillo y parece más joven que el primero. La muchacha, a la que le vendrían bien esos euros, tras dudar por un instante, recuerda los consejos de su tutor y vuelve a rechazar la propuesta. 
El establecimiento está a punto de cerrar. Las dos chicas lo abandonan en compañía de un grupo de menores a los que conocían con anterioridad. Es Nochebuena y todos quieren alargar la juerga hasta que el cuerpo aguante. Proponen continuar la fiesta en un apartamento de la zona mallorquina de Camp Redó. Después de beber unas copas en el salón, Susana acompaña a uno de los muchachos al dormitorio. Lo que ella desconoce es que otros cinco esperan para consumar una violación grupal que marcará a la joven para siempre.
Este suceso destapa otros 15 casos semejantes de prostitución de adolescentes que residen en centros de acogida que, desde mediados del pasado mes de enero, investiga la Fiscalía de Baleares. La noticia, que conmocionó a buena parte de la opinión pública, sirvió, además, para destapar la inacción del Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS) al descubrir que no se trataba de un hecho aislado, sino que era algo que se repetía constantemente desde  hace años, con decenas de menores que, aunque estaban tutelados por la administración regional, eran explotados sexualmente a cambio de regalos o dinero.
Lejos de las trincheras políticas, donde unos esconden el bulto y otros lo utilizan como arma arrojadiza, los expertos indican que el problema que ha salido a la luz en Palma es algo que sucede habitualmente en otros lugares de la geografía nacional, como así lo constatan varios estudios llevados a cabo por Unicef. 
Muchas son las voces que señalan a la saturación y a la falta de medios como los dos grandes problemas para erradicar esta execrable práctica. Los últimos datos del Observatorio de la Infancia desvelan que en España hay 1.100 centros, que acogen a  21.283 menores, un 60 por ciento más de los que se contabilizaban hace seis años. 
Con este panorama, resulta fundamental dotar de mayor personal a estos espacios, cuyas plantillas ya de por sí están mal remuneradas, para establecer un seguimiento más exhaustivo de los niños y poner en marcha protocolos que sirvan para detectar a las víctimas y que, al mismo tiempo, impidan que los menores acaben siendo objeto de trata o de agresiones sexuales.  
Susana está en tratamiento psicológico desde aquella fatídica noche. La joven ha sido trasladada a la Península donde intenta borrar de su mente, con muchísimo esfuerzo, esa pesadilla con la que trata de aprender a vivir cada día.
Cerca de 150 millones de niñas y 73 millones de niños se ven obligados a diario a mantener relaciones sexuales forzosas en el mundo, una lacra que se esconde en todos los ámbitos de la sociedad y que hay que combatir para salvaguardar a los más débiles.