Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Matrimonio de conveniencia

11/06/2021

La defensa de principios claros y sencillos facilita el trasiego por este valle de lágrimas, simplifica la existencia y es una buena brújula. A medida que uno se mayor, las sutilezas de la vida hacen que busquemos relajar la severidad que acompañan a dichos postulados éticos y morales. Entonces hablamos de pragmatismo, cintura o tolerancia para alabar nuestra ductilidad a la hora de enfrentarnos a cuestiones complejas.

Gran parte de este cambio no es fruto del cinismo, sino del hecho cierto de constatar que por propia experiencia no siempre hemos estado a la altura de dichos parámetros éticos. Somos seres débiles y por tanto fallamos más veces de las que nos gustaría. Esa circunstancia nos facilita la humildad y aporta un toque de compasión hacia nuestros semejantes.

El valor de la libertad de expresión como núcleo indispensable de una sociedad libre se me había escapado por completo hasta hace muy poco. No significa que no fuera consciente de su importancia, como la dignidad humana o la vida; simplemente que asumes que es razonable que pudiera tener ciertas restricciones. Las sociedades con episodios de terrorismo ven con naturalidad limitar expresiones que justifiquen la violencia o la apología.

Hasta ahora. En Occidente se ha desatado una corriente que hace de la cultura de la cancelación o la caza de brujas una razón de ser. Cualquiera que disienta sobre ciertos temas, no acepte conceptos defendidos por una élite, se ve desterrado de la posibilidad siquiera de expresar libremente su opinión. Irónicamente, es en las universidades donde esta cultura de lo políticamente correcto y de la supresión de la libertad de expresión se encuentra más arraigada.

No digo que sus motivaciones no sean nobles, pero preocupa cómo se ven a sí mismos. Cuando creemos que solo nosotros tenemos razón, estamos excluyendo la posibilidad del debate y renunciando a la posibilidad de aprender. Cuando impedimos a un sujeto argumentar ante un público adulto y formado, estamos diciendo que dicho auditorio carece de la capacidad de discernir. Ese ímpetu transforma en imbéciles al resto porque no son capaces de protegerse del engaño.

Las universidades norteamericanas han sido cunas de saber, pues dicho espíritu libertario repudiaba la imposición y la homogeneidad intelectual. Esa diversidad creativa está muriendo a pasos agigantados en el campus. Es tarde para hablar de principios, pero sigue siendo oportuno que uno reflexione sobre la validez de sus propios actos al impedir a otros expresarse.