José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


Hubo una vez un carro de cómicos

20/01/2022

El tópico acuña la idea de que el ser humano es un animal de costumbres cosa que, al parecer, también confirman algunos estudios científicos. Lo acepto, sin mayores discusiones. Cierto que también disponemos de cierta capacidad para improvisar en algunos casos, pero siempre dentro de los límites que a cada cual impone sus propias circunstancias y, desde luego, estando de manera mayoritaria sujetos a la sucesión  rutinaria de una amplia serie de cuestiones cotidianas que repetimos constantemente, todos los días, desde la higiene mañanera hasta la mecánica de ir a comprar el pan. Hasta que, por algún motivo, se corta alguna de esas operaciones y el ritmo costumbrista se interrumpe o cambia de sentido.
Durante muchos años, Cristian Casares venía a verme un día, generalmente en fechas próximas a la primavera, para contarme sus cuitas, siempre en torno a sus proyectos (más bien sueños), que en los últimos tiempos tenían un leitmotiv concreto: el empeño por sacar adelante, frente a la habitual indiferencia institucional, el desarrollo del Triángulo Manriqueño, que había concebido como línea de comunicación en torno a la figura de Jorge Manrique, uniendo el lugar en que fue herido, el Castillo de Garcimuñoz, el sitio en que murió, Santa María del Campo Rus y el punto de destino definitivo para su cuerpo, el monasterio de Uclés, configurando una propuesta literaria, turística y gastronómica que empezó a encontrar cierto arraigo. A lo que unía, en los últimos tiempos, el deseo de publicar un libro de título tan sugestivo como poético, Alfareros de nuestros propios sueños; le ayudé en las gestiones, infructuosas, para conseguir que lo editara quien podía hacerlo. Como recuerdo me dejó el manuscrito, una auténtica joya, animado el texto con los dibujos del propio autor.
Cristian Casares era licenciado en Ciencias Políticas pero jamás ejerció de tal, sustituyendo esa presunta dedicación por la del teatro (y también el cine y la TV, donde hizo pequeños papeles), pero en los escenarios encontró su verdadero habitáculo y a ese oficio se dedicó en cuerpo y alma, mientras vivió. Para la historia quedará su integración en Los Goliardos, aquel ya mítico grupo teatral que bajo la dirección de Ángel Facio se convirtió en la punta de lanza del Teatro Independiente, en los fecundos y animados tiempos postreros del franquismo, cuando la cultura brilló con auténtica lozanía, con un empuje y entusiasmo que luego, me temo, ya no han vuelto. Pero lo que realmente hace trascendente, casi inmortal, a Cristian Casares es la genialidad de haber inventado y puesto en marcha Los Cómicos del Carro, un carromato de verdad, transportando actores de carne y hueso, para ir de pueblo en pueblo ofreciendo versiones teatrales, unas propias, otras adaptadas de los clásicos, incluyendo entre ellas El enamorado de la muerte, en torno a la figura de su admirado Jorge Manrique. En la historia del teatro español contemporáneo, que no se si alguien ha escrito ya, la aventura lúdica, sentimental y romántica de Los Cómicos del Carro debería ocupar un lugar muy destacado. Fue algo hermoso, mientras duró.
Hace unos pocos años, en uno de esos viajes que hago por la provincia, curioseando en los entresijos de los pueblos, me encontré casi de sopetón (y sin esperarlo) con que en un almacén algo desvencijado de Santa María del Campo Rus sobrevive, como una reliquia maravillosa, el carro, tal cual había sido diseñado por Cristian Casares. Allí estaba (y creo sigue estando) como esperando la llegada de una mano amiga que lo recupere, lo limpie, restaure sus desperfectos y lo sitúe en un lugar visible, un amable recinto abierto al público en el que se pueda contemplar y recordar el significado y valor de aquella extraordinaria aventura que paseó el teatro clásico por los pueblos, entonces ya vaciándose, de la España interior. Cristian murió en el año 2002, hace ahora veinte años y estaría bien, muy bien, que quien tiene medios y dineros para hacerlo (o sea, la Diputación Provincial) acudiera en busca del Carro y lo volviera a poner en condiciones, como parte que es, también y desde luego, de nuestra memoria histórica. Y, sobre todo, de la maltratada cultura conquense, hecha de girones y sueños frustrados. Los sueños, sueños son, pero a veces es posible traerlos a la realidad.

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