Jesús Fuero

TERCERA SALIDA

Jesús Fuero


Vivir del miedo

16/07/2019

Vivir del miedo. Es un título; es una vocación; es la necesidad de algunos para seguir sentados en sus escaños. Vivir del miedo a la extrema derecha o izquierda, manipulando al rival nuevo que los quiere desalojar o al viejo rival que quiere ocupar su lugar. También vivir del miedo al diferente ideológicamente. A los creyentes que saben de la violencia contra ellos en el pasado en España, a estos se les aparta e ignora, se intenta reducir su presencia para así hacerlos relativos. Hay una estratagema de base que se dedica a atontar un poco más a los que se niegan a pensar, a los abducidos por la comodidad intelectual, a los que no ven más allá de sus propias narices. Hay en el mundo narco estados y Navarras en España en las que un siete por ciento impone su ideología al resto, ¿que no pensar de España y sus letrinas, ondas, y hondos periódicos?, lo de hondos es por lo ruinosos, y su deuda la pagamos todos para que algunas izquierdas no se queden sin bandera en blanco y negro, sin sitio en la barra del bar, sin ciudadanos a quienes dictar, aunque ondas y letrinas las tienen casi todas y pocos escapan a su influencia una vez que caen en sus redes.
Pocos se fijan en las personas que nos han de gobernar, en su honestidad, en su carrera profesional, en lo meritorio de sus currículo, en lo que ambicionan de verdad… y algunos que se dan cuenta tienen consuelos de tontos: ¡todos son igual! y esto vale para los de la diestra y los de la siniestra, para los centristas y los supuestos extremistas. Yo creo que no tenemos la maldición de Sísifo los que vamos a las urnas, que el peso que levantamos elección tras elección no puede ser siempre eterno, es simplemente que nos dejamos condenar por la muerte y nuestra cobardía. En apariencia solamente lo más podridos suben la roca y se dedican después a ver como la subimos los demás.
Al hablar de Sísifo y esa piedra monstruosa que subía sin cesar yo me acuerdo de Cuenca. Cuantas piedras tenemos en las alturas, subidas con esfuerzo, que nunca tuvimos ascensores, escaleras automáticas, teleféricos de verdad que nos ayudaran a subirlas a las cumbres. Más bien tenemos una maldición que raya en la bajeza, un Moneote en lo que iba a ser un lago y no sé cuántas cosas más, la promesa de la Jonde que murió cuando tras mucho trabajo cuesta arriba parecía que por fin la piedra que se había subido no volvería a caer al precipicio una vez más. Piedras como la capitalidad de Castilla la Mancha no llegaron ni a mitad de la cuesta. El AVE lo orillamos con la esperanza de que la piedra del desarrollo llegara hasta la estación. ¿La piedra de la cultura una vez subió pero no la sujetamos bien y volvió cuesta abajo a rodar haciéndose mil pedazos, y algunos que han subido un canto de esa piedra a la cima se creen que la cultura a Cuenca ha llegado ya, ¡que ridícula muestra lo que algunos ponen en un cerrete!
En Cuenca y en muchos de nuestros pueblos se vive del miedo a la muerte, a la despoblación, a que no gobierne el mismo partido que manda en Diputación, Ayuntamiento, Autonomía. Somos como Sísifo, que era un ladrón, cuando queremos tener privilegios que no merecemos, sueldo indigno gracias a algún enchufe y tantas cosas más, y eso tiene nombre. Si creemos que merecemos más que Sísifo ya tenemos la condena. Dice el refrán que el miedo guarda la viña, y aquí y en nuestros pueblos poco hay que guardar cuando hablamos de lo material. No corrompamos lo mejor que tenemos, nuestra conciencia, nuestra esencia, mientras aún seamos libres, que a veces ponerse collar o admitir medallas es como ser un perro que mueve el rabo a su amo. Alejandro Magno visitó el oráculo de Delfos un mes en que el oráculo no daba respuestas, y cuando llevaba a la sacerdotisa arrastrándola del pelo al santuario ella le dijo: «Hijo mío, eres irresistible» y lleno de confianza se marchó a la conquista de Asia. Metafóricamente debemos hacer lo mismo con los que ahora hemos elegido. ¡A ver si alguna vez nos toman en serio y no por el pito del sereno! No soy santo, a mí también me gustan las tribunas si no coartan mi libertad. De hecho alguna vez no me he subido a alguna al no saber si me iban a poner una medalla o me colocarían un collar. Mejor sin correa...