Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Tiburón

22/03/2019

Tendemos a sobrevalorar el poderío intelectual  y  asumir que la designación para un alto cargo es sinónimo de aptitud. La historia nos demuestra que es una suprema estupidez. La democracia es el sistema político menos malo, precisamente al permitir sustituir de manera indolora a los incompetentes. Las bondades del modelo no residen en la inteligencia colectiva para designar dirigentes, sino en la limitación temporal reglada del cargo. 
Los gobernadores centrales son una anomalía democrática al poseer un poder cuasi absoluto con un reducido nivel de control una vez obtienen el puesto. No parece prudente que  tres individuos puedan decidir el futuro de países soberanos sin límites reales. Justamente aquí comprendemos que la posición de Mario Draghi en el Banco Central Europeo es políticamente insostenible, personalmente agotadora y económicamente irresoluble. No existe una estrategia definida- porque se anteponen unos equilibrios políticos que penalizan al pequeño o al débil. En un mercado tan vasto la simetría o la equidad es imposible.
La misma dificultad afronta Jerome Powell como presidente de la Reserva Federal, pero con la ayuda inestimable pues la moneda acompañó en la creación de un país. La pertenencia a una misma nación explica la solidaridad y comprensión hacia medidas que individualmente, benefician a unos estados frente a otros ya que todos son estadounidenses. Más frustrante debe de ser la tarea para el incombustible Haruhiko Kuroda, que fue nombrado con el objetivo de traer inflación a Japón- y ha tenido que reconocer que es una tarea imposible. Se ve que la palabra dimisión no forma parte de su vocabulario.
En esta última década han hundido los tipos de interés y han impulsado la mayor expansión monetaria de la historia e intentado cualquier truco financiero para evitar una depresión. Los líderes financieros querían volver a la ortodoxia económica pero les vienen las dudas, al toparse con la debilidad estructural de los países  y una China al borde del colapso. 
La triste realidad es que hemos perdido unos años preciosos porque los gobiernos deberían haber provechado este tiempo para decirle a los votantes la verdad. Los Estados se financian vía impuestos y estos recursos son finitos por naturaleza, mientras que las demandas sociales son expansivas y tienden al déficit estructural. Los ingresos fiscales futuros van a menguar y la sobriedad presupuestaria va a ser una necesidad. Hace tiempo que los políticos lo saben pero no se atreven a decirlo. Sin presupuestos generosos el poder y la influencia se evaporan.