Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


El encendido del universo

31/12/2021

Las nubes se han hecho menos espesas, volanderas, pero siguen tapando el cielo hasta la atardecida. Luego, puesto ya el sol, pero aún con claridad por las alturas, siguen viniendo desde el poniente. Cruzan veloces y se van deshilachando y dejando ver retazos de azul, cada vez más oscuro. Por un momento, todas sus escuadrillas desaparecen y queda un lienzo entero de cielo limpio. En el centro brilla un único lucero.
Es la 'estrella vespertina', es Venus, o ese cree recordar el hombre que le dijeron. Luce con un hermoso brillo y preside solitario el firmamento.
Las nubes solo han dado un respiro y en un no mirar, por atender a los sonidos de la tierra, a los mirlos vocingleros y a un búho que anuncia su dominio, lo han vuelto a tapar todo mientras ya se oscurece por completo la tierra. Refría.
Hay más sonidos. Siguen inquietos y atolondrados los mirlos que parecen querer ser los únicos en hacer oír su voz en el cambio de guardia del día a la noche. Pero no los deja un zorro en celo que se pone a escandalizar con ansiosos guarridos de llamada que va soltando a cada rato mientras recorre laderas y vallejos buscando hembra.
Cuando el hombre vuelve a mirar hacia arriba se ha encendido el universo.
Es una inmensa e inabarcable luminaria. Es la primera noche en muchas que no está cubierto, ha llovido en todas ella y la atmósfera, limpísima y cristalina hace aumentar el brillo de las incontables estrellas.
Ya no solo es la vista la que queda absorta, ahora son todos los sentidos los que se estremecen y es el cerebro del hombre el que intenta comprender lo que le trasmiten y le rodea.
Dura solo un instante su intento. Ya lo sabe. Su pequeña mente es incapaz de poder abarcar lo que ve y a lo que queda más allá de toda vista y ni siquiera acercarse a hacerlo. Porque es inabarcable, es infinito, no tiene fin o sí pero que ¿es en realidad el no tenerlo? No puede ni siquiera enunciar el concepto pues es tal la dimensión que el pobre cerebro humano resulta un instrumento inútil. Ante la inmensa magnitud de lo que tan solo atisba con los sentidos e intenta penetrar con su inteligencia, resulta tan inferior al problema que ni alcanza a proponerlo.
Vuelve entonces a la hermosura, a contemplarlo todo sin preguntas, a sentir los olores húmedos y gozar de las luces estelares. A la tierra y a la vida. No entiende quizás su sentido, pero si su pertenencia y disfrute de ella. Es dichoso vivirla y es un privilegio hacerlo, aunque sea efímero. O tal vez, por ello.
Se ha levantado viento y el frio se hace más intenso. Se va. Pero entonces su mente le vuelve a dar una punzada y una vez mas de tantas le susurra algo que sí puede alcanzar a preguntar con esperanza de que un día tenga respuesta ¿Habrá alguien ahí arriba que esté pensando en lo mismo que él en este instante piensa? El cree, pero es tan solo creencia, que tiene que haberlo. Que no tiene sentido que todo esté vacío de vida. Que ese es otro imposible casi tan grande como el que él pueda comprender el universo infinito.