Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Suspiros

26/11/2019

La clase tocaba a su fin. Unos minutos más y acabaría. De pronto sonaron las sirenas y una voz profunda y contundente advirtió de que debía abandonarse el edificio inmediatamente aplicando las normas establecidas para las evacuaciones. Sin embargo, el mensaje más recurrente era: «No se trata de una prueba». Mis veinteañeros alumnos se miraron con caras de sorpresa. Yo mismo estaba desconcertado. Nadie había avisado de la realización de un simulacro. Concluimos que seguramente ocurría algo serio, al tiempo que salíamos del centro por la puerta de emergencia. Ya en el exterior, lejos de reinar la inquietud entre los desalojados, se palpaba el ambiente más relajado posible de imaginar. Pronto concluí que la nueva manera de realizar simulacros, no avisando de que en realidad lo eran, era más efectiva que aquella que previamente se había aplicado avisando de ello. De vuelta al aula, nuevos alumnos, adolescentes todos ellos, preguntaban sobre lo realmente ocurrido. Dirigiéndome a ellos, buscando con mis ojos los suyos de forma directa, reflexiva y rotativa, no permitiendo que la situación me llevase a exteriorizar sentimientos inequívocos, les advertí: «Jamás puede volver a ocurrir lo que ha pasado hoy. ¿Entendido? —sus expresiones faciales se congelaron—. Los extremos nunca son buenos. Quiero decirlo solo una vez pero debe quedar claro para siempre. ¡Para siempre —terror en sus caras—! Ojalá jamás vuelva a darse el hecho hoy acontecido. No quiero que en la vida vuelva a producirse la circunstancia de que en un grupo de mi asignatura todos vienen a clase habiendo estudiado y además, y eso es lo peor, mucho —se miraban; me miraban descolocados—. Luego pasa lo de hoy: las cabezas echan humo, todas a la vez, y saltan los detectores de humo sin posibilidad alguna de vuelta atrás. ¡Y esto puede llegar a ser muy grave!». Risas y suspiros