Jesús Fuero

TERCERA SALIDA

Jesús Fuero


Cuando fui pequeño y grande

26/10/2020

Pasé de pequeño a grande cuando iba a cumplir los dieciocho. Yo recuerdo que, siendo mozo, en el día de los quintos en las fiestas de septiembre, pregunté que quienes eran de mi quinta, ya que por cumplir en diciembre los años siempre fui a clase con los del año siguiente y no lo sabía. Cuando mencionaron a dos de ellos dije que esos no eran mis quintos, que esos eran de los grandes, algo que yo supuse porque siempre habían sido más grandes que yo, aunque ahora el más grande sea yo. Luego, claro, estaban las personas mayores, los respetados mayores. Uno era herrero, el tío Berlanga, herraba las bestias de allí y de los pueblos circunvecinos, y yo recuerdo especialmente como les cortaba, tras quitar la herradura, las pezuñas, como las virutas salían sin que el burro o la mula se inmutaran, y como tras ajustar la nueva herradura reluciente la clavaba con esos clavos toscos, y me parecía imposible que no le hicieran daño de camino a la cuadra. Y vi hacer pan a mano; y a la pañera que bajaba de Beteta varios días a la semana a la tienda a la que acudía con mi abuela a comprar boinas al abuelo. Las boinas más chulas, a mí me lo parecían, eran las que llevaban una banda como de seda carmesí por dentro. Yo decía que eran las de los domingos. En mi niñez todos llevábamos un leño a la escuela, y los mayores la encendían. Y en verano hacíamos permanencias e íbamos a la escuela por la tarde a hacer algunos deberes que solían ser más divertidos que los del curso escolar. Hasta recuerdo la palmeta del maestro, esa que tenía dibujos tallados, y con la que él o algunos estudiantes obsequiaban a sus compañeros cuando el maestro lo ordenaba, nadie discutía y nadie salió traumatizado. Ahora hay mucho auxiliar para ayudar, y algunas veces acosan a los inocentes mientras los más capullos salen indemnes, algo que yo he visto y padecido. Una torta a tiempo merecida ahorra muchos problemas en la madurez, dicen algunos, y algo de razón llevan. La tabla de multiplicar se aprendía con una vara de mimbre, y con rapidez. Leíamos a Robinson Crusoe y las aventuras que nos brindó Julio Verne. Recuerdo que, como ya mostraba afán por la lectura, me mandaron trabajar las fabulas de Iriarte y Samaniego, aunque si de alguno guardo buen recuerdo es del Viaje a la Alcarria de Cela. Luego leería la Colmena y otros libros de él cuando ya tenía pelos púbicos, y recuerdo en especial la amarga lectura de su Cristo versus Arizona, que me apartó de Cela. Mejor El Principito. ¡Qué desagradable recuerdo guardo de otra escuela a la que fui!, allí era un intruso y me sentí muy acosado, tanto que entré a clase a veces con piedras en los bolsillos que alguna vez utilicé. Estando la maestra enferma entre varios me acorralaron, dándome entre varios con el marco de una puerta vieja en los pies, diciéndome ¡defiéndete!, y me defendí quitándosela y arreando con ella en las costillas al que me estaba dando. La profesora desde la casa del maestro, que vio lo que quiso o pudo, salió en bata, y me encerró en el aula el viernes por la tarde. Se fue a Cuenca y aislado con otro rompimos la ventana para escapar, y no dijimos nada. Cualquiera. Mi compi de travesuras moriría unos meses después tras caerse de su bici nueva y darse un fuerte golpe en la cabeza en el duro asfalto. Eso sí fue un trauma, aún recuerdo su cara amarilla y los vendajes de gasa blanca con ribetes rojos que le colocaron en la cabeza en los días que estuvo agonizando. Al acabar los veranos llegaban a mi casa, de mis primos que volvían a Madrid, los tebeos de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape y otros, y tras releerlos yo y mis hermanos, los que habían conseguido salvarse los llevábamos al centro social y cultural que adecentó un cura de la Mancha llamado don Tomas, para que otros los leyeran mientras oíamos a los Beatles o a Roy Etzel. El cura era el único que nos habló de sexualidad didácticamente, un cura que echaba de la iglesia a los que sólo iban a ligar y no atendían, alguno nunca más volvió. Pero yo fui su amigo, o quizás solamente me alegrara de haberlo conocido. Allí aprendí muchas cosas que luego me han sido útiles para seguir intentando ser feliz. Mayor me sentí cuando me puse pantalones largos tras mi primera comunión.