José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


Una delicada obra de hierro embellece la hoz

22/04/2021

Todavía, en algunas ocasiones, quizá al hilo de un artículo o comentario, o puede que en uno de esos mensajes que van volando por las redes etéreas, a alguien se le escapa una frase cargada de añoranza hacia el magnífico puente de piedra que en hora aciaga fue preciso volar para poner fin a su agónica ruina. La nostalgia es un sentimiento humano, muy humano; por ello mismo, natural e incluso necesario para confirmar nuestra naturaleza espiritual que, como se dice tantas veces, nos diferencia de los animales. Solo que la nostalgia no debería empañar otros elementos, tales como la objetividad, el razonamiento y el sentido común. O, como dijo en oportuna ocasión Rabindranath Tagore, «Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas». Que es, sencillamente, lo que pasa cuando la imaginación se deja llevar por el señuelo del que fue pétreo puente de piedra, el de San Pablo, cerrando los ojos para no ver que en su lugar hay ahora una auténtica maravilla técnica y estética, solo que utilizando el hierro como material básico. Sin embargo, y es justo reconocerlo así, cada vez son más frecuentes los comentarios que reconocen la belleza de este encantador pasadizo metálico, convertido ya por sus propios méritos en uno de los símbolos más claramente identificadores de Cuenca.
El puente de hierro ha cumplido más de cien años (a pesar de lo cual, los responsables de Patrimonio aún no se han decidido a concederle la declaración de Bien de Interés Cultural, que tiene bien merecida). El puente de piedra fue demolido en 1895 y de inmediato el obispo Sangüesa inició las gestiones para buscar una alternativa ya que, como se sabe, necesitaba poner en comunicación directa todas las instalaciones eclesiásticas, puesto que el seminario de San Pablo había quedado aislado del otro seminario, el conciliar, y de la catedral. Es curioso señalar que, desde el comienzo, las gestiones se orientaron hacia un puente de hierro, imagino que por cuestiones vinculadas al tiempo y a la economía, pues sin duda intentar rehacer uno de piedra hubiera sido una operación mucho más complicada. Hay que retroceder mentalmente a aquella época, comienzos del siglo XX para intentar acomodarnos a lo que entonces era una moda, que resultaría pasajera, pero que conoció un par de décadas de esplendor.
Hasta entonces, el hierro había sido considerado como material secundario en las obras de ingeniería y arquitectura, pero a mediados del siglo XIX ese papel fue subiendo de categoría en Inglaterra y de allí se expandió al continente, con una utilización cada vez más frecuente que alcanzó su momento culminante cuando Gustave Eiffel levantó en París una torre espectacular que debía servir como símbolo de la Exposición Universal de 1889, a cuyo término tendría que ser derruida, pero cuando llegó la hora tal cosa ya no era posible, teniendo en cuenta la popularidad alcanzada por la hermosa estructura de hierro. A la vez, en otros lugares de Europa, surgían iniciativas parecidas. En España, por ejemplo, el puente colgante de Bilbao, que entre Las Arenas y Portugalete sirve para cruzar la ría. 
El obispo Sangüesa lo tenía claro. Contrató a un ingeniero valenciano, José María Fuster, para que hiciera el proyecto de puente y a un constructor inglés, George H. Bartle, para que se encargara de suministrar el hierro y llevar a cabo la obra. Ellos no lo sabían, o quizá sí lo pensaban, pero con esa obra audaz y original, Cuenca entraba directamente en la modernidad, incorporándose a la arquitectura del hierro. El 19 de abril de 1903 (el lunes hizo 108 años), la sociedad conquense fue convocada para celebrar la inauguración; por la mañana, bendición solemne a cargo del cardenal Sancha, primado de las Españas; a continuación, misa solemne en la iglesia de San Pablo; por la tarde, en el mismo lugar, una velada literario-musical, también en el recuperado noble edificio tan espectacularmente situado en la Hoz del Huécar.
El puente de hierro de San Pablo es una maravilla técnica y estética, una frágil estructura que parece sobrevolar en el espacio, con leves, casi invisibles anclajes en los riscos que le sirven de soporte. Ligero como el aire, transparente en la luminosa claridad de la hoz, admirable en su diáfana disposición que nos permite contemplar sin ocultarlo el siempre sorprendente espectáculo de la ciudad de Cuenca, desplegada al fondo del paisaje. Nadie debería tener dudas de que con el puente de hierro de San Pablo esta ciudad recibió un espléndido regalo que conviene disfrutar en todo su esplendor.