Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El pan y la luz

08/09/2021

La luz es la vida y sin luz no hay vida. Esta aseveración incontestable, que puede tener resonancias de gran calado, filosóficas, espirituales, metafísicas o evangélicas, es hoy la minucia imprescindible de la vida cotidiana, la contante y sonante, la que se mide en el inevitable recibo a fin de mes. Hasta ese punto hemos llegado. La luz es la vida, también desde su ladera más prosaica, porque de la luz depende el pan nuestro de cada día, es decir, las lentejas y los garbanzos, el sustento de la familia, y la apertura del negocio. Así de claro.
La indignación es creciente y no sé si habrá salario mínimo en fase tímidamente ascendente que pueda atenuarla.  Lo cierto es que el precio de la luz apenas supone el treinta por ciento del recibo. Todo lo demás, lo que convierte al recibo de la luz español en una vergüenza y una anomalía europea, son las cargas impositivas y los cargos con los que las compañías eléctricas, con  el beneplácito de los gobiernos sucesivos, cargan sobre nuestros hombros el mantenimiento de una posición de privilegio que dista mucho de dibujar un panorama de libre competencia en la que el ciudadano medio se vea favorecido en su recibo mensual y sí, en cambio, un oligopolio infernal que atenaza la vida económica de ciudadanos y pequeñas empresas que son los que en mayor medida sufren las consecuencias del expolio eléctrico en el que, por cierto, participan gustosamente un buen número de altos cargos con el trasero bien aposentado en unos Consejos de Administración a los que han accedido en virtud del juego obsceno e implacable de unas puertas giratorias que son el acceso al buen vivir y al inmerecido descanso para muchos de ellos.
Quizá a ellos no les importe demasiado pero nada parece indicar que el grave problema pueda tener una solución muy a corto plazo. Hay un proyecto de ley que no se sabe dónde puede ir a parar, un plan de choque, hay una propuesta de Podemos que consistiría en crear una entidad pública de energía aunque ya les están diciendo a los morados en el propio Gobierno que se vayan olvidando del tema, y hay una medida ya tomada de rebajar el IVA que pesa sobre el recibo que ha quedado en nada  ante las subidas escandalosas de este verano que pueden alcanzar algún pico más en invierno. Hay mucho humo y un conejo en la chistera que saca ahora Pedro Sánchez: a final del año el promedio de la factura será similar a la de 2018. ¿Más humo?
En medio de este desolador panorama, llama la atención la incapacidad de los gobiernos españoles para poner coto al gran desmán, y también la incapacidad de un gobierno que se dice de izquierdas para llevar algún axioma clásico y tradicional de este espacio político a algún término realizable más allá de las declaraciones de buenas intenciones. Es como si la izquierda más aguerrida hubiera quedado convertida en un despacho dispensador de feminismos polémicos, en contra de las propias feministas de toda la vida, y en una agencia de memorias históricas, tan polémicas como creadoras de agrias divisiones a cuenta de un pasado que resulta complicado analizar y mucho más etiquetar a sus protagonistas en buenos y malos como si de una película de Disney se tratara.
Como si de una película de Disney se tratara, sale a escena una ministra del Gobierno, Teresa Ribera, la del ramo afectado, la que debería ser la encargada de reunirse, con urgencia,  con todos los CEO de las empresas eléctricas, sale a escena y lo que hace es pedir a estas grandes compañías «empatía social», algo que en  el reino de Disney tendría un efecto benefactor inmediato en la pobre gente cuyos bolsillos tiritan ante un recibo de la luz insostenible, pero que en este país complejo y cainita que llamamos España causa estupor generalizado, también en voces autorizadas de la izquierda española como la de Manuela Carmena, que afirma: “Me desazona muchísimo la impotencia que está demostrando el Gobierno y es enormemente negativa. Tenemos un Gobierno para que solucione los problemas, y dice que esto es muy complejo, muy difícil”. Y sigue: «La sociedad cada vez se aleja más y se genera algo que es que el individuo se empequeñece  y le predispone a la respuesta populista». Finalmente Carmena ha expresado una postura de sentido común coincidente con lo que piensan y sienten millones de españoles. Sin embargo, la respuesta social, de momento, no termina de verse en las calles, más allá de algunas iniciativas testimoniales sin gran repercusión, lo que no deja de sorprender en un país que acostumbra a llenar calles con motivos mucho más abstractos.