Jesús Fuero

TERCERA SALIDA

Jesús Fuero


En mi epitafio

24/05/2021

Al escribir mis artículos muchas veces lo hago como si me hubiesen convocado a una pelea, con las armas que me concede mi derecho natural a defenderme de los estúpidos. Otras me visto de gala, y mis armas las utilizo en favor de gente que admiro o de ideales que yo considero deben ser ensalzados. No utilizo armas de contrabando, ni prohibidas, y cual valiente joven que se siente agraviado las esgrimo en mi defensa o la de los desvalidos que no tienen la oportunidad que el destino me brindó al poder escribir estas letras. Algunos me espolean para que sea más agresivo, otros en cambio me dicen que ponga freno a la sátira mordaz y utilice otros criterios menos ofensivos. Yo intento ser comedido y no morder, pues sé que no me han salido todos los dientes de la sabiduría. No soy el Fénix de los ingenios, necesito aprender de los niños, de los errores, hacer preguntas, esperando que los que me leen tengan satisfacción o pesadumbre. Conmover. Hubo un tiempo en que necesitaba que me dijeran las faltas para seguir aprendiendo, y ahora, quizás por un poco de orgullo, prefiero descubrirlas yo si es que soy capaz o tengo ganas. De sabios procuro aprender, y para mi es sabio todo aquel que me ofrece enseñanzas útiles para el alma. Al saber de ellos me empapujo de esos mensajes, nunca datos, que penetran más allá de mi piel y mi inteligencia, que los datos empíricos me interesan menos. Internet. Y os hago una pregunta, ¿alguien conoce el tanto por ciento de estupidez que albergan en su mente los cretinos que se cruzan a diario en nuestro caminar? Puede que sea irrelevante en la mayoría de los casos, pero solo nos damos cuenta, a veces tarde, de quien tiene un índice de cretinidad mayor no cuantificable. Y como digo, son mi piel y mi inteligencia, los que me impiden casi siempre despellejar a otros de manera física o metafísica. Mis faltas también se han de revocar, aunque puede que algunas más tangibles pasen desapercibidas. Quiero aprender de los errores, ¡no de los matemáticos!, esos que parecen que son los más interesantes para la muchedumbre que solo ve en la cartilla del banco números que a veces les llenan de satisfacción y otras de aflicción. De los sabios me interesan sus sentencias, la verdad inmaterial de su saber, la razón que mueve su pensamiento, y hasta la explicación que dan de obras ajenas. La razón, me decía uno de ellos, que aunque este de nuestra parte el otro no tiene por qué entenderla, y todo sea por la paz que cada uno se quede con la suya.
Decían de nuestros ancestros celtíberos que eran gente sufrida y agresiva, nacida exclusivamente para la guerra, y unido a ello destacaban su valor, la capacidad de sufrimiento y perseverancia. Todo ello despertó admiración en el mundo antiguo y los poetas e historiadores hicieron resonar por el orbe aplausos y panegíricos. Su valor y heroicidad han pasado las fronteras de los siglos, y para el que busca creer que hay un futuro no escrito mejor en nuestras vidas su ejemplo sigue siendo necesario, aunque el romano invasor los desahució. Yo me siento vivo al escribir, aunque sé que mis armas no son las mejores. Yo sé que sucumbiré y desconozco cuál será mi epitafio. Mi progenitor, que era sabio, me decía que más vale que en nuestra tumba se leyera que murió de viejo y no que murió por valiente. Yo todavía no lo tengo claro. 
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