Durante muchos años, los libros se convertían en películas. Luego, en el estreno, los críticos valoraban si la obra cinematográfica estaba a la altura de la literaria, normalmente para concluir que en absoluto.
De un tiempo a esta parte, de lo que se trata es de trasladar los videojuegos al celuloide. Al principio se hacía en busca de géneros adolescentes con muchos efectos especiales para explotar el tirón comercial. Eran obras casi siempre decepcionantes porque las tramas originales también lo eran. Fuera de la consola, no tenían demasiado sentido.
Pero las cosas están cambiando muy rápido. Las adaptaciones de juegos como 'The Witcher' o 'Lost of Us' -recién estrenada por HBO-  están sometiendo a los guionistas a una presión similar a que experimentan cuando se sientan a reinventarse 'El Quijote' o 'El Señor de los Anillos'. El reto es adaptar la riquísima trama del videojuego -la industria cultural que más dinero maneja y que más personas contrata-, tan nutritiva o más que una buena novela.
Lo más fácil es mirar el fenómeno con sorna. Lo más razonable, admitir hasta que punto está cambiando el mundo. Y lo más difícil, imaginar los límites de la transformación que estamos viviendo. Pensar cómo será el ocio en los próximos treinta o cuarenta años, cuando un porcentaje mayoritario de la ciudadanía se haya criado ya con pantallas interactivas.
Los cambios son tan rápidos y tan sorprendentes, que es poco probable que suceda cualquiera de las cosas que creemos que pueden pasar. La cultura es por definición un panorama cambiante. Pero nunca tan vertiginoso como ahora. Del mundo que conocemos no van a quedar ni las raspas.