Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Longevidad

28/10/2019

Nos decía El Confidencial hace unos días que el secreto de longevidad para una viuda de 108 años, era tomarse una copa de champán todos los días de su vida. Sigue cumpliendo ese detalle a pesar de encontrarse en una Residencia de Mayores. O esa americana que vivía 105 años porque jamás se había casado ni había compartido relaciones sexuales. Quizás, la dieta japonesa de Okinawa por la que un japonés había sido hasta hace unos días el hombre más viejo del mundo, sea la panacea para conseguir llegar a ese reto. Lo cierto, de una u otra manera, es que la longevidad es un fenómeno creciente en el mundo, hasta el punto de que 15.500 españoles pasan de los cien años en la actualidad y medio millón han conseguido cumplir los noventa.
La longevidad y la duración de la vida son conceptos relacionados con la biología y con la evolución de las células y órganos que componen los cuerpos de los seres vivos, y transformaciones con el transcurrir de su vida. En el caso del ser humano la longevidad posee importantes conexiones con aspectos demográficos de la sociedad, y aspectos sociológicos del individuo. En general tiene que ver con la duración de vida de un ser humano o de un organismo biológico y se utiliza con más frecuencia en referencia a la ancianidad o la edad de un ser vivo, por ejemplo la longevidad de un árbol.
Las reflexiones sobre la longevidad van habitualmente ligadas al reconocimiento de la brevedad humana e incluyen discusiones sobre métodos para extenderla más allá del límite tenido como normal. El tema ha sido no sólo una preocupación de la ciencia, sino también de la literatura de viajes, ciencia ficción y novelas utópicas.
Existe bastante dificultad en encontrar la mayor duración de la vida humana incluso con las modernas técnicas estandarizadas de verificación, debido a fechas de nacimiento inexactas o incompletas. Múltiples leyendas en las diferentes culturas y contextos religiosos han pretendido extraordinarias longevidades, tanto en el pasado -Matusalén en la Biblia-, como en el futuro.
Por eso, la última noticia sobre la persona más longeva nos lleva a la India, donde Sibadón -ese es su nombre-, con ciento veintitrés años es, actualmente y según ha constatado el Libro Guiness, la persona más anciana del mundo. ¡Bueno¡, ¿tal vez sea así? Cierto es, que alcanzar esas cifras parece ahora una cuestión creíble y segura. Las circunstancias que lo han permitido pueden estar en el propio ser humano, en la casuística que le rodea, o en esos métodos curiosos como el que este gurú hindú afirmaba en el aeropuerto de Abu Dabi donde fue descubierto al dormir toda su vida sobre una almohada de madera, hecho que le ha permitido mantenerse vivo hasta ahora, junto a que nunca ha comido alimento con picante en toda su vida.
Pero lo que a mí me preocupa no es tanto este gran logro, positivo sin duda, si la persona que alcanza ese reto vive con la calidad de vida suficiente para ello, no excesivamente común por desgracia, ya que una mayor parte de los ancianos de esta sociedad moderna y egoísta viven en la soledad, palabra angustiosa, dramática, cruel y derrotista. Tal vez, esas noticias -como ésta última- en la que acababan de encontrar a una mujer en su casa después de estar muerta quince años en un domicilio de Madrid y no haberse descubierto, sea la que me produzca la mayor tristeza del mundo. Llegar a cien años será bonito si la persona nunca está sola, vive deseando mantenerse con vida, recibe visitas y comparte con la familia y amigos, ríe y se divierte, mantiene su mente activa y se siente viva...., si no, amigos, ¿qué hacemos en este mundo y para qué?