Diego Izco

TIEMPO MUERTO

Diego Izco

Periodista especializado en información deportiva


Más Kyrgios

06/07/2019

No estoy a favor del maleducado ni del impresentable. Jamás justificaré un gesto grosero u obsceno ante miles y miles de espectadores, ni diré que es algo «bueno» que estos especímenes tengan pábulo y cobertura. Pero sí aseguro, delante de mi equipo de abogados, por supuesto, que es «necesario» que existan los macarras en el deporte. Un Kyrgios como un Cantona, como un McEnroe, como un Rodman… gente inusual y extravagante, outsiders de manual (quienes viven en la periferia de las normas sociales; quienes, en definitiva, se pasan lo establecido por el arco del triunfo). Y los necesitamos porque nos dan perspectiva: seríamos incapaces de distinguir lo bueno si no existiera lo malo, de calificar algo como «brillante» si no hubiese algo «mediocre» a su lado.

Los macarras, que así era el título original hasta que Kyrgios se cruzó (y mordió el polvo) en el camino de Nadal, necesitan polémica a su alrededor para destacar como deportistas. El grito, el abucheo, el ruido y la protesta son parte del combustible que necesitan para agrandarse. Y precisamente por escapar de lo normal tienen sus buenas adhesiones (con Nike a la cabeza: la empresa americana tiene por costumbre apadrinar a estos bad boys), e incluso un grupo de forofos en la grada: los localizarán porque son los que tienen los pies en el asiento de enfrente, mastican chicle con la boca abierta y animan como si estuviesen enfadados.

Caen mal, sí, pero jamás nadie les preguntó si quieren caer bien, y escriben palabrotas y pintan penes en los márgenes de los libros que recogen las reglas con las que juegan los demás. Necesitamos más Kyrgios para saber cómo comportarnos, porque al ser humano, imperfecto por naturaleza, es más efectivo decirle «no hagas lo de Kyrgios» que «actúa como Nadal».