El tiempo y las investigaciones más a fondo nos darán a conocer qué hay exactamente tras esa 'trama rusa', la 'operación Volhov', investigada por un juez, Joaquín Aguirre, ya bien conocido en los ambientes políticos catalanes -instruyó aquel feo asunto del Grand Tibidabo-. Personalmente, me cuesta creer que ni siquiera un personaje tan, ejem, peculiar como Carles Puigdemont pudiese haber cabalgado un solo minuto esa delirante historia en la que se habla de la creación de una criptomoneda catalana y del envío de diez mil soldado rusos para tomar Cataluña y ayudarla en su 'procés' hacia la independencia.
Comprendo que, semiconfinados como andamos tanto en Cataluña y Madrid como en otras varias Comunidades españolas, tenemos que dirigir nuestra atención a las historias más fantásticas para no aburrirnos demasiado. Historias en las que, por cierto, aparecen los nombres de un magnate de la comunicación, de medio Govern catalán actual, de Julian Assange -cuyo abogado, Baltasar Garzón, ya saben con quién ha oficializado una relación sentimental- y hasta del actual ministro de Sanidad, el infortunado Salvador Illa, a quien esto era la único que le faltaba para completar unas jornadas de indeseado protagonismo. No había sino que ver su trostro, más cariacontecido aún de lo habitual, en el 'debate parlamentario del estado de alarma'. Alarmante, sí.
Cierto: nos perecemos por las historias morbosas. Pero no menos cierto es que este 'procés' desbocado hacia una independencia imposible, pilotado primero por Artur Mas, luego por el prófugo Puigdemont y más tarde por Quim Torra, da para mucho. Espionajes, coimas, 'porcentajes' -corrupción a manta en casi todos los estamentos oficiales, y eso es algo que no es de ahora, precisamente- y, en medio, figuras inquietantes, como la del 'asesor financiero-político' David Madí, o Víctor Terradellas, el hombre que contactaba con políticos de Rusia Unida, el 'partido único' del 'zar' Putin.
Que los rusos intervienen en los procesos políticos de Occidente -lo harán, y lo sabremos, en las elecciones que enfrentan a Trump con Biden, como lo hicieron en las que enfrentaron a Hillary Clinton con Trump- es cosa sabida. Mi compañero David Alandete, buen conocedor de estas tramas, tiene un libro muy revelador en ese sentido. Que desestabilizar a Europa y, por tanto, favorecer procesos secesionistas como el de Cataluña, es una misión que se ha impuesto el cuasi dictador de todas las Rusias, es algo también muy conocido. Por eso, no me atrevo, como hacen despectivamente algunos medios independentistas, a despreciar o minimizar las investigaciones del juez Aguirre, basadas en grabaciones policiales y en evidencias de corrupción que sobrepasan de lejos cualquier pretensión de que se estaba actuando por fines meramente idealistas, políticos.
'¡Que vienen los rusos!' era una divertida comedia de Norman Jewison, en la que un pueblo de Nueva Inglaterra se sentía, como un 'bienvenido mister Marshall' pero al revés, invadido por los rusos, entonces soviéticos. Todo quedaba en un monumental ridículo, claro. Lo mismo que las pretensiones de estos Madí, Terradellas, Oriol Soler, Vendrell y tantos otros que hoy han de reposar sus huesos en dependencias carcelarias. Al final, esto va a ser como tantos aspectos del propio 'procés': un gran fiasco, una patochada que solo alguien como el hombre de Waterloo y quien le sucedió en la plaza de Sant Jaume ha podido, en algún momento, tomarse en serio. Mientras los Madí y compañía se forraban, claro.