Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Balance y perspectivas

03/01/2021

Nace un año lleno de esperanzas y se va otro, si no para olvidar, sí, al menos, para extraer de él una durísima lección. En tanto que para los países (o digamos, más bien, los continentes) pobres, acostumbrados a las desdichas cotidianas y a poner al mal tiempo buena cara, el azote de la pandemia que sufrimos, no ha dejado de ser una amargura más en su continuo rosario de aflicciones, para los países opulentos, el azote del coronavirus ha sido un auténtico torpedazo en su mismísima línea de flotación.
Nos creíamos duros, coriáceos e incluso invencibles con nuestro estado de bienestar, nuestros ejércitos, nuestro formidable tren de vida, nuestro poderío, nuestro sistema sanitario y nuestra ciencia, y hete aquí que, de la noche a la mañana, le hemos visto las fauces al lobo, y esas fauces, vive Dios, que nos han aterrado.
Pensábamos que las grandes desdichas eran para los demás, para los de las pateras, para los pobres de solemnidad asiáticos e hispanoamericanos; estábamos convencidos de que las grandes plagas y epidemias, como el ébola, eran cosa del África profunda. Hasta que hete aquí que, de repente, un bichito minúsculo pero extraordinariamente agresivo, un vulgar virus ha puesto en tenguerengue a los poderosos de esta tierra, empezando por los que, con una arrogancia desmedida, creyéndose invulnerables, no tomaron las medidas oportunas. El caso de Estados Unidos, con 350.000 muertos y Brasil, con cerca de 200.000, son dignos de análisis.
Muerte y desolación han sido las constantes de estos últimos diez meses; muerte, desolación y miedo, en especial cuando los gobiernos del mundo entero han tomado conciencia de la calamidad económica que conlleva el Covid-19, con el que no valen contemplaciones ni cantos triunfales. Dos oleadas y, y una tercera que ya está en marcha, como sacudidas telúricas, con una cuesta de enero que se nos asemeja terrible, por culpa de tanto irresponsable y tanto imprevisor que, en su inconsciencia, piensan que, como decía Brecht, este asunto no va con ellos.
Por fortuna, una vez más, ahí ha estado la Ciencia dando la cara; en tiempo récord ha logrado el gran milagro que ni los más optimistas se esperaban. Inteligencia, filantropía y también, cómo no, prestigio nacionalista e intereses pecuniarios, perfectamente conjugados, han conseguido dar al mundo un rayo de esperanza, ahora que la pandemia avanza con ímpetu avasallador, como irritada de ver que en breve va a ser domeñada. Son ya casi dos millones de víctimas (que se sepa) –por quienes, desde aquí, elevamos nuestras plegarias–  y cuarenta de afectados, y lo que te rondaré. La lucha titánica que la medicina y los gobiernos tendrán que afrontar estos próximos meses no tendrá parangón. La medicina combatiendo lo que sin duda será otra embestida brutal del virus, al tiempo que aplican a millones de personas la vacuna; los gobiernos, tratando de reflotar las economías que están bajo mínimos.
Y a todo esto, sin olvidar, como afirma Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud, que puede que esto no haya hecho más que empezar. ¿Tiene datos que no quiere dar o son meras intuiciones? ¿Habla así porque piensa que el daño que le hemos ocasionado en los últimos cincuenta años al Planeta lo hemos de pagar con creces?, ¿o se trata de que pueda haber una mano negra detrás de esta pandemia dispuesta a seguir sembrando el caos en Occidente? Ya sé, ya sé que eso es ciencia ficción. Pero lo cierto es que todo lo que se dice del origen del coronavirus son meras conjeturas. Y, lo que nadie puede negar, es que de ser provocado artificialmente, la experiencia piloto ha funcionado a la perfección. Saber que tres o cuatro individuos desde un apartamento blindado de Manhattan pueden manipular la economía del mundo entero, o que unos cuantos científicos desaprensivos podrían poner, desde un laboratorio perdido de China, al mundo en peligro de extinción no es asunto baladí, en especial cuando los valores éticos y morales, por no hablar de los religiosos, están en franca decadencia.