Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Desquicio

27/08/2019

A modo de niño resabiado, suelo fardar de que tengo soluciones para cualquier problema. Más fanfarrón todavía, alardeo de que si no es así las busco y, rematando la faena, me suelo jactar de que si no las encuentro sé cómo minimizar las consecuencias de dichos inconvenientes para que nadie se preocupe en demasía. Pavoneo o no, es mi filosofía de vida y me va bien. Además, esta visión me ayuda a ser menos infeliz de lo que las circunstancias a veces imponen. Qué más pedir. Cierto es, no obstante, que a veces me encuentro con huesos duros de roer a la hora de aplicarla. Qué perdición. Sin embargo, muchos años de estudios diversos, y más todavía de vida activa, han sido insuficientes para encontrar explicación alguna a dos cuestiones que a punto han estado de llevarme, en varias ocasiones, al psiquiátrico. La primera es que desde hace años, siempre a la altura del ombligo, todas las camisetas que suelo ponerme acaban no con uno, ni dos… sino con varios agujeritos. ¿Su origen? ¿Una indirecta? Mira que me lo habré preguntado veces y que habré formulado hipótesis. Pues ni la respuesta llega ni los cuatro pelillos que en esa zona de mi cuerpo tengo dejan de engancharse en dichos agujerillos provocándome molestos tirones. ¿La segunda? Esta es crónica. Varias décadas llevo, allá donde mis huesos me han llevado, moviendo estanterías, retirando electrodomésticos, mirando en lo alto de los muebles del salón y la cocina. Pero nada. Y todo ello para, sin conseguir fruto alguno, buscar los infinitos calcetines perdidos, viudos, impares o comodiosquieraquesellamen que, una vez metidos en la lavadora con su pareja, jamás llegan al tendedero. Este sí que es un asunto que incluso, ya no es que me haya llevado a sentir miedo en mi propia casa —¿entra alguien y se los lleva?—, sino que me tiene al borde del desquicio