Miguel Romero

CATHEDRA LIBRE

Miguel Romero


Var o Bar

23/12/2019

Vayamos pues a interpretar ambos términos, tal vez más de moda de lo que uno desearía. Por un lado, la V por eso de ser la última en aparecer. Según nos dice la RAE, «se trata del sistema de Árbitros Asistentes de Vídeo o VAR (por sus siglas en inglés), consistente en un sistema de cámaras cuyas imágenes son evaluadas en una habitación con monitores por parte de árbitros FIFA (o FAFE) que determinan la decisión a tomar por parte del juez central de un partido».
Y ahora vayamos al más clásico, al término Bar pero con B alta -como se dice en los pueblos- y busquemos, por qué no, su definición técnica: «el tiempo en su sentido actual procede del inglés -como casi todo lo moderno- y bar significa barra o barrera, designando originariamente a la barra que se encuentra en la parte inferior del mostrador donde los clientes descansan sus pies mientras disfrutan de la consumición sentados en altos bancos. Después se empieza también a llamar bar (barra en español) al mostrador donde se colocan los vasos que separa a los clientes de los camareros y por extensión al establecimiento donde se consumen bebidas.
Pero en su origen más antiguo, la definición o el sentido de la misma era muy distinto y sin ninguna relación con la bebida. El término barra como voz latina se usaba en la Italia del siglo XIII como esa barrera separadora en las cortes judiciales. Al final se extendería como barra para tomar un refrigerio de descanso y llegaría a la España moderna como ese lugar dónde uno bebe, charla y reflexiona. Curiosamente, en nuestro país, lugar donde más bares del mundo hay, la estadística nos dice que tenemos uno por cada 136 habitantes.
Pero alguno de mis lectores dirá que ¿qué relación puede tener un término con el otro, y por qué sacar el comentario? Y la verdad es que si lo pienso bien, poco tienen en común salvo las dos últimas letras. Lo cierto es que ahora, muchos españoles -yo mismo me incluyo- visitamos con cierta asiduidad algún bar y en él, nos sentimos a gusto, reconfortados, entretenidos, solos o acompañados, porque hablamos, leemos el diario de turno o vemos el partido de fútbol que toca.
Y con ello, creo que enriquecemos nuestro espíritu, nuestra mente -un poco anquilosada- y si cabe, un poco nuestro estómago, siempre que seamos moderados en el consumo. En los bares se aclaran situaciones de soledad, se solucionan problemas de ‘egos’, se liman asperezas matrimoniales, se estrujan mentes hostiles y se recrea el sentimiento nacionalista. ¡Vaya que sí¡
Pero ahora está más de moda el Var con uve porque ha nacido con la intención de mejorar la confusión en los campos de fútbol -valorando las acciones dudosas de juego- y sin embargo, ha conseguido generar más confusión y mayor frustración en el jugador y en el aficionado. Eso es muy común en nuestra España, más dada a las castañuelas y el tablao que a definir aspectos de razonamiento. Qué más da, un árbitro en el campo, que un árbitro en el despacho, si su subjetividad va a definir el espectro de la miseria, del desencanto, del sectarismo, del menosprecio y de la desgana. O si no, díganselo al Real Madrid en su último encuentro.
Por eso, me quedo con el Bar con B porque ahí me siento bien, al compás de una cervecita y un amigo con quién charlar, del mundo político, de los nuevos valores, de la juventud y su dialéctica, del equipo de fútbol, del flequillo de Trump, de los injertos turcos, del problema catalán o de la vida ascética de Santo Tomás, no sé. Y si en ello andamos, razonemos tal cual y veamos como nuestra humilde ciudad de Cuenca sigue estando a la cola de todo desarrollo económico, propuesta de despertar cultural o de los remontes imaginarios y sin embargo, figuramos a la cabeza del ranking mundial en número de bares, que en definitivo es lo que vale.