Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Después del postureo

04/09/2019

El mes de agosto que se nos ha ido entre algunas tormentas bravuconas nos ha dejado imágenes asombrosas de postureos sublimes y frenéticos, como si uno ya se fuera de vacaciones solamente para saborear una peculiar forma de vivir este periodo a través de redes sociales retocando los instantes a placer y siempre evitando los inevitables grises cotidianos , sin grandes sobresaltos ni atascos, ni sudores ni quemaduras con el sol, pero también sin la intensa y duradera tonalidad de la realidad esplendorosa y bella que no puede ser contada al minuto porque solamente puede ser vivida sin más  y guardada en el recuerdo para recrearla, retocada por el tamiz de la memoria, en los momentos por venir propicios para la añoranza.
El caso es que los políticos de España se han entregado de lleno al furor de la imagen captada y retocada y nos ofrecen sin parar una serie holliwoodiense de instantáneas nada inocentes, desde la kenedysiana de Pedro Sánchez supervisando desde el aire gafas de sol en ristre los trabajos de extinción del pavoroso incendio de Gran Canaria hasta Paco Núñez llevando a su peque al colegio. Lo de Sánchez no deja de ser una más de un presidente del Gobierno cuyo asesor principal, Iván Redondo, considera, quizá con razón, que seguir la escalada en las encuestas va en relación directa con lo atractivo y lo sugerente dela imagen. Lo de Núñez, más en tono local, es otra muestra de que el albaceteño quiere abrir brecha con la anterior etapa y subirse a la ola de la nueva política, de momento tan vistosa con infértil.
Sin embargo, si hay mucha foto y poca gestión, como comentaba estos días una renovada en su imagen Claudia Alonso, si ocurre esto cuando la casa está toda entera sin barrer y no hay gobierno ni estabilidad previsible, el asunto del postureo creciente se convierte en una concesión grave a la frivolidad, y en septiembre siempre llegan las tozudas realidades tras los postureos frenéticos del mes de agosto. La realidad acuciante de trabajadores en precariedad creciente en medio de los todavía inciertos pero insistentes tambores de recesión,  y ciudadanos con ilusiones menguantes.
Las realidades son insistentes en una España que está como en estado de provisionalidad desde hace cinco año y no hay gobierno al frente que nos conceda la sensación de tener la suficiente consistencia como para llevar al país al buen puerto que merece sorteando con éxito desafíos como el del independentismo catalán, que en septiembre volverá a dar otra vuelta de tuerca haciendo muy difícil cualquier pacto con ellos, salvo que se entre de lleno en el territorio de la indignidad. O asuntos como el de la financiación autonómica que esperan comunidades como la de Castilla-La Mancha porque lo que hay  es de tiempos de Cristobal Montoro. O el peliagudo tema del agua y el trasvase. El gobierno de la nación sigue abriendo el grifo con furor a pesar de lo sentenciado por el Tribunal Supremo.
Así que nos adentramos en un septiembre que promete noticias, y alguna que otra tormenta. La realidad se impondrá por más que se intente aderezar con postureos al modo esos alimentos malos disimulados con alguna que otra salsita resultona. La incógnita primera que tenemos que resolver es la de las elecciones. ¿Las tendremos?. Las habrá si el Podemos de Pablo Iglesias se empeña en la idea del gobierno de coalición, y no acepta el acuerdo programático sobre las 370 medidas de Sánchez,  y si las hay la nueva política tendrá un golpe importante, desde Podemos a Vox. Lo tendrá porque los españoles considerarán que para el viaje que estamos haciendo sobran ciertas alforjas.
A Pedro Sánchez  no le vendrían mal las urnas, aunque la posibilidad tenga sus riesgos, y al PP tampoco porque asestaría así un buen caponazo a Ciudadanos, atrincherado en el empecinamiento de su líder, y a VOX, que definitivamente no es más que una escisión del PP para tiempos de cabreo. De manera que no es descabellado pensar en las urnas de noviembre, y los españoles, con vértigo hacía lo desconocido, volveremos a fiarnos del nuestros políticos y acudiremos sin plantearnos siquiera la posibilidad de  dar un sonoro plantón con la esperanza de que tras tantos dimes y diretes, tantas vueltas y revueltas, tantas estrategias de partida de ajedrez, pueda llegar algo sólido y constructivo después de este sublime postureo que no acaba con nuestra paciencia pero sí con cualquier rastro de ilusión.