Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Que le den

02/02/2021

La tarde se presenta interesante. Uno de los teatros que regularmente visito para disfrutar de sus representaciones me manda invitaciones para una obra que ciertamente llama mi curiosidad. Decido asistir pues jamás miro hacia otro lado cuando de cultura se trata. En numerosas ocasiones he descubierto espectáculos cuyo interés ha estado muy por encima de las expectativas generadas a la vista de la información previamente manejada. Además, a caballo regalado…  Encima, una de las actrices que participa, desconocida por mí hace tan solo unos meses, me gusta mucho y cada vez disfruto más con sus interpretaciones. Comienza la función. No han pasado ni cinco minutos y las cuatro actrices que están en escena no han dejado de soltar por su boca críticas hacia el supuesto maltrato dado históricamente a la mujer por parte de la religión. Algunos de los análisis los comparto; los menos. Además, no asumo como propia esa costumbre de valorar siempre a determinados colectivos por la actuación de individuos concretos… aunque, claro, quien lo hace sabe con que colectivos no correr riesgos, por si acaso. A eso lo llamo cobardía. El texto, lejos de ser una crítica generalizada a las religiones en general, se focaliza exclusivamente en la católica. Poco a poco, un desmesurado caudal de burradas, salvajadas, despropósitos, irreverencias o faltas de respeto hacia quienes no asumen como propias dichas críticas, salen por esas bocas. Pienso en qué estará pensando el público que no coincide con esas valoraciones que, a borbotones, escupen esas meras intermediarias que son las actrices. ¿Y qué pensarán esos espectadores que, no riendo las gracias, tienen madres, abuelas o hermanas que, con asentadas convicciones religiosas, jamás se han sentido maltratadas, humilladas o lapidadas sino más bien lo contrario?
A pesar de haber recibido en mi niñez una sólida formación religiosa, no considero contar con sólidas convicciones asentadas al respecto, ni menos aun ser practicante de ninguna religión. Sin embargo, creo que sí que aquella educación me sirvió, y por ello me siento orgulloso, para ser respetuoso, tolerante, educado o empático. Rodeados como estamos de otras muchas religiones, me cuesta entender cómo, los que atacan con virulencia a la católica, no hacen lo propio, y quizá con mayor contundencia dadas algunas características de las mismas, con aquéllas que hoy en día claramente denigran, someten o humillan a los mismos colectivos que denuncian haber sido objeto de ultraje por parte de la católica. Desprecio a todos aquellos que, de izquierdas o derechas, religiosos o ateos, maltratan de una manera u otra a mujeres y homosexuales. Me dan asco al tiempo que miedo. Pero ese rechazo se acrecienta cuando constato que algunos no recriminan, por igual y en todas las religiones, esas formas deleznables de actuar sino solamente en una. ¿Miedo? Quien se desnudó irreverentemente, hace años y en una capilla católica, ¿se atrevería a hacerlo en una mezquita? ¿Se atrevería el autor del texto de esta pieza a decir lo mismo de quienes, profesando otra religión, dispensan ese mismo trato a mujeres de otras culturas? Busco información sobre el autor, cuyo nombre no recuerdo ni me interesa, e intuyo que su texto es fruto de un ofuscado, traumatizado o desequilibrado emocional. Yo mismo aplaudiría algunas de esas valoraciones si fuesen, sin excepción, contra todos aquellos que cometen las barbaridades que dice denunciar. Sin dejar de ser abominables algunas, quizá estarían justificadas. Pero es que creo que lo que persigue es la manipulación de voluntades ajenas, frágiles e indocumentadas, a través de la ocultación y maquillaje de la verdad. ¿Ignorante? No, simplemente propietario de un saber afectado, desequilibrado o contaminado. Que le den.