Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Felices Pascuas

27/12/2019

No pierdan demasiado tiempo con quienes les felicitan el solsticio de invierno. Lo único que pretenden es esconder su verdadera miseria. Si ese presunto buen deseo invernal lo trasladan justo el día de Nochebuena y no el día 22, que es cuando realmente comienza la estación más fría del año, estamos ante una mala fe descarada. ¿Nos felicitarán cuando llegue el solsticio de primavera? ¿Y los equinoccios? Los que son dados a esa práctica retorcida suelen ser los mismos que, cuando llega abril, les falta tiempo para felicitar el Ramadán. Es habitual también que maticen después a su manera si la polémica se agranda, ¿verdad ministra Teresa Ribera? No sé si se puede ser más ridículo.

Esta Navidad he descubierto también una nueva especie que establece un cordón sanitario navideño. Sus buenos deseos no son generales, señalando directamente a quien no quiere que se dé por felicitado. ¿Acaso hay alguien que les ha pedido que se pronuncie con tanta precisión? Tampoco les dediquen excesivo tiempo; no deja de ser, en este caso, una forma más de expandir su miseria. El que no tenga nada que celebrar, que sea coherente y no se engañe. Ni con él mismo ni con los demás. La tristeza es, en ocasiones, voluntaria.

En esa equidistancia permanente y en ese intento de tratar de esconder todo lo que tenga que ver con la tradición religiosa, se sitúa el siempre polémico belén que instala el Ayuntamiento de Barcelona desde que Ada Colau es alcaldesa. Vaya por delante que, de todos los que ha colocado desde que dirige el edificio consistorial de la plaza Sant Jaume, el de esta Navidad es el mejor. O el menos pretencioso. Era complicado bajar el nivel. Todavía recuerdo aquellas bolas gigantes, unas burbujas en las que había que adivinar demasiado porque eliminaron hasta los Reyes Magos. Hace dos años fue un pesebre aéreo, con todo deslavazado flotando a una altura nunca antes vista. ¡Seamos modernos! En 2018 se les fue la mano y se inventaron un belén sin Niño Jesús, sin la Virgen María ni San José ni la mula ni el buey. Este año es una especie de trastero o, como escuché a un señor de cierta edad susurrar a su mujer: “Es como si estuviéramos ante una mudanza”. Si lo que pretende es generar debate y sugerir incluso más allá de lo necesario, lo consigue. Al margen de esto, sin hacer una encuesta rigurosa y analizando comentarios a pie de plaza, tiene más defensores que detractores. Eso es así. Aunque los distribuye a modo de cajón desastre, no elimina los elementos propios del pesebre tradicional e incorpora distintivos que, ajenos a la realidad religiosa, forman parte de la Navidad de la mayoría de familias. De ahí que sea el mejor. O el menos malo, como prefieran.

Dejen que, al menos estos días, nos aferremos a la tradición los que queremos seguir haciéndolo. Los que no estén por la labor, con que no molesten y no intenten ofender, es suficiente. Casi nunca lo consiguen, de ahí su frustración. Sigamos cantando villancicos y tocando lo que tengan más a mano: panderetas, zambombas, almireces o castañuelas. Pongan el belén y no un sucedáneo equidistante. Puestos a comparar con el de Barcelona, me quedo con el belén monumental que ha instalado la Asociación de Belenistas de Guadalajara en la plaza de Santo Domingo. El de Colau ha costado cerca de 100.000 euros y, sin tener la cifra del alarreño, no llegará ni a la décima parte. La comparación es obscena. Y feliciten la Navidad si así lo sienten. El resto es ganas de enredar y de buscar lo que nunca van a conseguir. Felices Pascuas.