Javier Caruda de Juanas

Javier Caruda de Juanas


Llegó

25/03/2021

Aunque no soy partidario de usar términos como pre-covid, post-covid, nueva normalidad, he de rendirme a la evidencia. Nada tiene que ver la realidad que vivimos hoy en día con la que disfrutamos hace poco más de dos años. La primavera de 2019 sería la última que nos permitió disfrutar de una agenda cuaresmal repleta de actos, conciertos, cultos…y de una Semana Santa que transcurrió entre abrazos y emociones. Nadie imaginaba que San Andrés cerraría sus puertas como iglesia nazarena, tras el glorioso encuentro, sin saber cuándo volverá a abrirse para estos menesteres.
2020 nos hizo vivir una angustiosa cuaresma, con un oído pendiente de las informaciones que nos iban transmitiendo los medios de comunicación y con la cabeza sin querer aceptar que nos conformaríamos viendo en casa imágenes de años anteriores, debatiéndonos entre el miedo, la incredulidad o la incertidumbre. Aún así, volvimos a festejar el triunfo de la Vida sobre la muerte.
Pero algo ha cambiado la situación. Las hermandades conquenses han sabido adaptarse y vuelven a ser motor social y cultural de esta ciudad. Muchas de ellas, adentrándose en el fascinante mundo de las nuevas tecnologías, han sabido contactar con hermanos, devotos e interesados proponiendo diversas actividades. Se han esforzado en multiplicar los actos de culto a las sagradas imágenes jalonando la ciudad de múltiples actos de veneración que, cumpliendo todos y cada uno de los requisitos sanitarios vigentes, han permitido mantener vivo el espíritu devocional de las corporaciones nazarenas. Papel importante juega aquí la Junta de Cofradías que ha desarrollado un amplio programa de actividades lanzando a la sociedad conquense un mensaje claro: podrá no haber desfiles procesionales, pero la cultura nazarena está más viva que nunca.
Así, entre actos de veneración, exposiciones y conferencias on-line llegó sin hacer ruido esta vez, con el único signo externo de la presencia de las tres cruces que recordarán a todos que estamos en Semana Santa.
Será una semana dura desde el punto de vista emotivo, por supuesto. No veremos a la borriquilla subir alegre por Palafox camino de la bendición de palmas y ramos, pero sentiremos en nuestro corazón la alegría por la llegada del Rey de Reyes. La meditación penitencial del Lunes Santo buscará el escalofrío personal en el hogar de cada uno. No oiremos el rumor de las tulipas en la tarde del perdón conquense, pero nos sobrecogeremos recordando la mirada perdida de Medinaceli mientras pensamos que el año que viene le acompañaremos. Habrá Silencio en las calles interrumpido solo por el sonoro beso de la traición mientras que reconocemos en cualquier plazuela de la ciudad dos figuras en amargo diálogo, Amargura que se ha convertido en compañera de viaje durante este último año. Y nos adentraremos en los días centrales de la esencia de la Semana Santa, la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor. La ciudad, colapsada otros años, huérfana de desfiles este, volverá a ser mudo testigo de la mayor historia de Amor contada. Y en la mañana del domingo de Resurrección volveremos a cerrar las puertas de San Andrés en nuestro corazón, con la esperanza, ahora más que nunca, de abrirlas dentro de un año.