Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


La algarabía del alba

30/05/2020

Es antes, bastante antes incluso, de que salga el sol. Es cuando apenas si se intuye su resplandor por detrás de la sierra por la que va a asomar. Es antes de que sonría el alba. Y tiene lugar en los umbríos bosque aún apretadamente oscuros pero donde comienzan a atisbarse indicios de una cierta claridad. Entonces se levanta por doquier e inunda el espacio entero. Es una hermosa algarabía de voces, de cantos y piares de infinidad de pájaros, de todo tamaño, especie y canción. Cada cual desde su árbol o su arbusto, cada uno con su trino y su saludo y todos en conjunto haciendo sonar una orquesta sin tenores y donde cada cual hace lleva el compás que quiere pero que suena alegre y viva dando la bienvenida a la luz y al amanecer.
Tardará en asomar el sol y cuando remonte buena parte de la orquesta callará. La algarabía dará paso a voces mas concretas y espaciadas, al tiempo que el bosque dejará de ser un todo espeso y cada árbol, cada encina, cada roble, cada sabina cada enebro comenzara a perfilarse. Y los pájaros, al igual que lo hacen sus cobijos, a individualizarse también.
No se les visto aún volar. El único que traspasa el cielo ya claro en azul para resaltar mas su negritud, hacia donde será luego el poniente, es un grajo que se pregona al pasar y luego otra gran ave, en silencio, con vuelo potente que se dirige hacia el naciente y que no alcanzó a distinguir cual es. Me gustaría decir que es una avutarda pero me parece que será una anátida más bien, que quizás haya despegado de las cercanas, para ella, riberas del Tajo.
Desde que el alba ha comenzado a reír, el bosque ha ido cambiando sus diferentes tonos de verde, en cada mirada es diferente, y ya solo cuando al fin el astro se levante del todo comenzarán a unificarse un poco. Pero ya no me voy a quedar a verlo. He oído en una vaguada cercana el ladrido de un corzo macho. Y voy a ver cómo es.
Será mi último campeo en estos más de dos meses y medio que he pasado aquí, en soledad, sin compañía de humanos, tan solo algunos esporádicos y distanciados, ni acercamiento por mi lado a ninguna población. Es hora de volver, no me queda en realidad más remedio ya que hacerlo, hay tareas que no puedo realizar desde aquí y en eso estaré cuando ustedes estén leyendo estas líneas. Así que el largo paseo tiene otro sabor. El del recuerdo de los días pasados, el de las muchas lluvias, el del frío y hasta la nieve por dos veces, el del fuego que había que cuidar y el de todavía más lluvia, hasta hace nada, que han propiciado una primavera inaudita y gloriosa en flores y vegetación. Tanto es así que si la mitad o hasta solo un tercio de la floración de los olivos alcanza a cuajar esto será un cosechón mundial. El monte y las tierras han adquirido tal fuerza y vigor que a cada paso se topa uno con rebrotes en árboles que parecían definitivamente muertos y como en los sencillos, y aún por ello mas hermosos, versos de Antonio Machado a aquel olmo del Duero soriano:  Al viejo olmo hendido por el rayo/ y en su mitad partido/Con las aguas de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido. Flores ha echado todo, hasta arbustos que no sabía siquiera que existieran ni que las tuvieran tan bellas ni mucho menos su nombre.
Con todo quiero quedarme en la memoria en este, por el momento, último campeo que solo acrecienta las ganas de querer regresar cuanto antes. La excusa será que hay que cuidar el huerto, que ahora precisamente es cuando empezará ya a dar sus primeros frutos, a las gallinas, que también hay que atender y a las abejas, si a las abejas, pues solo tengo una tarea antes de partir. Mi pequeño colmenar estaba quedándose casi por completo vacío y ha llegado el momento de repoblar. Me traen media docena de enjambres que habrá que aposentar con todo mimo y cuidado. Yo les he estado acondicionado, limpiando, raspando, poniendo sus paredes de cera para que encuentren a sus gusto sus casas-colmena.
Me los trae y me enseña y mucho más me tendrá que enseñar, Luis, de Leganiel, que fue, como yo, amigo del añorado Pepe Loeches, el hombre de los cinco grammys de Albalate de Zorita, cuyo trabajo se disputaban los Lucia, Valdés, Cigalas, Perales, Santana y tanto otros genios como él, pero que gustaba mas que de ninguna de la melodía de sus «niñas», las abejas e hizo lo que pudo y el tiempo le dejó, que fue muchos mas breve de lo que debió, porque yo la aprendiera. Algo se me que quedó y me he decidido a intentar por mis propios medios que vuelva a sonar con fuerza en el Enebral.
Así que me voy, pero no me despido. Me llevo conmigo, claro, al pequeño Thorin a que conozca Madrid, él ha sido mi compañía durante todo este mes de mayo, ha ido echando los dientecillos, y bien que lo sé, cogiendo agilidad y fortaleza y cada vez más ganas de explorar. O sea, que tenemos que volver cuanto antes a oír al algarabía del alba. A la melodía de las abejas, será mejor por su bien, que no se le ocurra arrimarse demasiado. Que lo hará y algún picotazo se llevará.
PD. Por cierto, el corzo no sé si era joven o viejo. Ni lo vi ni lo volví a oír. Le llamamos el ‘duende del bosque’ y por algo debe ser.