Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Noche eterna

18/05/2021

Apareció como una brisa de esas que, en pleno tórrido atardecert, de pronto entra por la ventana no habiendo ya esperanza de que aparezca. No había ilusión previa, ni cabía perspectiva alguna de que la situación cambiase alguna vez. Desde hacía años, la enseñanza de esa asignatura estaba de capa caída. Aunque en los últimos tiempos algo había mejorado, con la llegada de un nuevo profesor trabajador y responsable, desde mucho antes todos buscaban soluciones, fuera del conservatorio, al pésimo nivel de dentro. Una profesora particular era el bálsamo de Fierabrás con el que la mayoría se untaban untando. Eran otros tiempos; aquellos en los que se buscaba, generalizada y prioritariamente, aprender y no solamente aprobar. El caso es que un buen día apareció él. Cierto es que llegó 45 minutos tarde a su oposición, argumentando razones que luego se descubrió que eran un burdo embuste. Pero el tribunal, viendo que su nivel era inmejorable, resignándose el resto de opositores ante tales evidencias, consideró que la plaza era suya. Se había, por fin, abierto el cielo en la noche eterna. Todos ilusionados, todos festejando su llegada, todos creyendo en él y pocos —mejor ninguno— los beneficiados. Desde el principio empezó a faltar a clase. Un bolo allí, un refuerzo allá, una enfermedad repentina hoy, un problema grave de un familiar mañana, un… cabreo generalizado ante el que nadie ponía coto y que nos colocaba, a los técnicos en la cuestión, contra las cuerdas por la inactividad de los políticos. El temor a las reacciones de los sindicatos, a las de la oposición… impedían que el sentido común acampase, definitiva y sanamente, entre nosotros. A los pocos meses, las clases recibidas por los alumnos eran casi las mismas que las no dadas por pitos o por flautas, aunque todas las había cobrado religiosamente este prototipo de caradura más sonriente que he conocido. Y llegó el final del curso. En el acto de clausura estaba previsto que actuase la orquesta del centro que, para mayor pesar, él dirigía… lamentablemente. Y cuatro días antes, estando en mi aula, se presentó, educado y empalagoso como es él y buena parte de los de su tierra, pidiéndome un cambio de clase para el último día del curso. ¿Cuándo lo recuperaría una vez acabado el curso? ¿Autorizárselo tras casi un 40 % de ausencias acumuladas en nueve meses? Y ¿quién dirigiría a la orquesta? Mi no más rotundo y un no me toques más las narices precedieron el portazo y la oportuna respuesta negativa. Pretendía que le avalase para participar en un prestigioso concurso de interpretación, de carácter internacional, que se celebraba en tierras antes soviéticas. ¿Venía con esas cuando había sido el ejemplo claro de cómo hacer para tomar el pelo a alumnos, compañeros, directivos? Además, según él, la orquesta la podía dirigir cualquiera ese viernes. ¡Las obras eran fáciles!, me dijo. Una hora después tenía en mi despacho una baja médica; 72 horas después, en virtud del apoyo recibido por el responsable político del cotarro, alguien que afortunadamente era de todo menos un político al uso, tenía también certificaciones de las embajadas española en Rusia, y rusa en España, acreditando que este sujeto estaba en Moscú y no en su camita curando sus males. Quince días después, a su regreso, su paso por la función pública ya era un recuerdo para él y una pesadilla, ya de grato recuerdo, para quienes lo habíamos soportado y nos habíamos quedado sin escuchar a la orquesta aquel viernes. Pero más e incluso mejor está por venir… Algún día, seguirá.