Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Los pájaros

07/10/2022

Cada vez es más difícil mantener una conversación serena con personas que no coinciden con tus ideas. La razón de esta deriva se centra en la creencia que el que no piensa como nosotros tiene alguna agenda oculta, es una mala persona o simplemente un ignorante. Ni por un instante aceptamos que no tenemos razón o que incomprensiblemente se pueda pensar de otra manera.

Cualquier adulto equilibrado, con el paso de los años, ha acumulado tal cantidad de errores que se ve obligado a frenar el ímpetu de sus afirmaciones. Esa transformación no ensalza el cinismo o defiende el relativismo moral; simplemente deja margen para la prudencia y el fallo. No hay esquema humano tan eficiente que no deba integrar lo imprevisto en su ecuación, porque será frágil estructuralmente y soberbio intelectualmente.

Una economía abierta y con libertad real del consumidor (esto se da menos de lo que creemos) no es el triunfo del egoísmo humano y los intereses personales. Una sociedad abierta es el reconocimiento de las limitaciones del gobernante y de la élite política sobre su capacidad para guiar una sociedad. Las variables que explican la riqueza, los precios y las prioridades en un mundo de recursos finitos es tan amplia que no existe una fórmula única y permanente en el tiempo. Reitero, no es relativismo sino flexibilidad.

Hago esta introducción porque no comprendo tres cosas. La primera consiste en la creencia que todos los problemas sociales son fruto de una falta de recursos. Mas bien, deberíamos afirmar que precisamente porque los recursos son finitos el reto consiste en designar las correctas prioridades en el gasto. Si encima vives en una sociedad con pirámide poblacional invertida se puede afirmar que en treinta años el despertar va a ser duro, aunque a los pensionistas actuales les pueda importar un pimiento.

La segunda se centra en la admiración por los liderazgos fuertes. La concentración de poder siempre es contraproducente, porque al inicio soluciona problemas pero al poco tiempo genera dinámicas destructivas. Las dictaduras son ejemplos visibles del daño que provocan. Cada vez más democracias mantienen solo el nombre.

La tercera es la pérdida de glamour de la libertad por el calor de la seguridad. No es una defensa de la rebeldía o la anarquía. Pero tenemos que proteger nuestro espacio vital para que podamos libremente actuar, pensar y vivir como nos dé la gana. Una minoría está socavando ese margen y los dirigentes no libran esa batalla.

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