Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Gresca

20/08/2019

Mi paseo llegaba a su fin. Tras recorrer playas y acantilados, había dado la vuelta y estaba llegando a mi punto de origen. A fin de hacerla menos tediosa, durante la caminata había buscado, entre los bañistas, detalles que activasen mi imaginación ayudándome a intuir relaciones inconfesables, desenfrenos, tediosos matrimonios o niños tocapelotas. La bandera que ondeaba era roja y, fuera del agua, la plebe se agolpaba disfrutando de una grata brisa que permitía, sin embargo, gozar del poco sol que aun quedaba a esas horas. De repente me quedé desconcertado al ver, a escasos cien metros de distancia, cientos de personas mirando en un mismo sentido. Instintivamente giré mi cabeza y miré también hacia el mar. A setenta u ochenta metros se divisaba una cabeza. Inmediatamente me quedé sorprendido al ver que entre toda esa gente, y haciendo lo mismo que los bañistas, esto es mirar y esperar, había varios policías municipales, agentes de la Guardia Civil y socorristas de la Cruz Roja. Conforme me iba acercando al populacho allí congregado, la cabezita se aproximaba también a la playa, pero obviamente a una velocidad mucho más lenta que la mía. Al estar el mar muy picado, fueron bastantes los minutos que tardó el propietario de la misma, un chino de unos 65 años de edad, en llegar a la playa y, ya caminando, pisar arena seca. Una vez en tierra firme, dos municipales lo cogieron y se lo llevaron al cuartelillo ya que, según se comentaba, el tontoalastres en cuestión, ese día y a pesar de las malas condiciones climatológicas, había decidido no privarse de su paseo diario a nado hasta una boya situada a 100 metros de la costa. Una abuelilla exclamaba: «Pobrecillo, ¡encima que casi se ahoga…!»; su marido, venido arriba y sin complejos aseveraba: «¿Pobrecillo? ¡Menudo gilipollas!». Y fue entonces cuando se lío la verdadera gresca.