José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


La película que Berlanga pudo hacer en Cuenca

17/06/2021

A estas alturas, todo el mundo sabe que se están cumpliendo cien años del nacimiento de Luis García-Berlanga, ocasión que da lugar a múltiples celebraciones de todo tipo, en las que no debería faltar una referencia a Cuenca. Una, lejana y traída por los pelos, es que la familia tuvo sus raíces y tierras en la comarca de Utiel-Requena, que formó parte de nuestra provincia hasta el día desdichado de 1851 en que se produjo la forzosa y forzada segregación de ese territorio para incorporarlo a Valencia. Pero los García-Berlanga permanecieron vinculados a Cuenca hasta casi ahora mismo, incluido el director de cine.

No es fácil seguir las líneas que puedan establecer una continuidad en las relaciones de Berlanga con Cuenca, pero sí se puede afirmar, sencillamente, que existieron. En el primer capítulo de su libro biográfico, Antonio Góòmez Rulfo intenta hacer una especie de inventario de los bienes materiales de Berlanga, y el entrevistador hace recuento: “Tienes el chalet de Somosaguas, el de Oropesa, la finca de Cuenca…”. “Media finca, nada más”, replica el cineasta, a lo que su interlocutor añade: “Sí, y las tierras de Contreras”. Y es que, efectivamente, en Contreras su hermano Fidel había comprado la finca donde está la Venta, que convirtió en un extraordinario recurso turístico y el propio Luis entró con otro socio en el negocio de una piscifactoría que montaron en el Cabriel.

Por negocios y por afición, Luis García-Berlanga venía a Cuenca con cierta frecuencia. Hay una foto que de vez en cuando circula por las redes en que se le ve junto a Buñuel y Carlos Saura formando un trío excepcional en el jardín de la casa del otro Saura, Antonio, en la calle de San Pedro.

Se ha contado varias veces (aunque yo no he encontrado una afirmación explícita del propio Berlanga) que el guión de Plácido (1961) fue pensado inicialmente para su rodaje en Cuenca y desde luego la temática y el tipo de personas que transitan por la obra se ajustan perfectamente al carácter y cualidades ambientales y sociales de la ciudad, pero la productora, catalana, Jet Films, impuso la condición de que debería ser rodada en aquel territorio y así fue Manresa la localización elegida. Con lo que se evaporó esa posibilidad, lo mismo que ocurrió con otro proyecto, titulado Conejo de Indias, que el director pensó ambientar en Cuenca pero que nunca pasó del papel al celuloide. La única pista que existe sobre él aparece en una publicación de contenido monográfico existente por entonces en España titulada Temas de Cine, cuyo número doble 27-28 titulado Las películas que no ha hecho Berlanga recoge este curioso documento que voy a resumir aquí con la brevedad necesaria.

En el arranque figura un hombre, Carlos, al que ponen en libertad después de cumplir condena y que se encuentra en la calle, con pocas posibilidades de sobrevivir cómodamente. En su desventura, coge una infección que provoca el interés de los médicos porque parece que sufre un mal raro. Las autoridades lo aíslan por completo y deciden someterlo a investigaciones que concluyen con un proyecto asombroso: lo van a utilizar para que sea protagonista de un experimento importante: quieren que sea el primer hombre uranioradioactivizado y para ello lo van a lanzar en un lugar deshabitado en el que posteriormente debe caer un cohete contaminado. Se trata de estudiar los efectos que este artefacto producirá en el único ser humano que los va a recibir. Pero la trayectoria se desvía y el pobre Carlos aterriza en la Plaza Mayor de Cuenca en el justo momento en que está ofreciendo un concierto la Banda Municipal.

En Cuenca, al enterarse de la noticia de que viene de camino un cohete descontrolado y contaminado, una oleada de pánico invade a la población. Todo el mundo corre por las calles y quiere huir sobre lo primero que encuentre y tenga ruedas, carretillas, cochecitos de niño, coches mortuorios. Se inicia así un éxodo desenfrenado y desorganizado.

Al quedarse solo, nuestro hombre siente la curiosidad natural de conocer aquello que le rodea y que para él ha sido siempre tan lejano y desconocido. Recorre las calles, penetra en los interiores, se extasía ante las rejas, farolas, tabernas, balconadas típicas, etc. Y cuando ya empieza a sentir soledad ve aparecer por el extremo de una calle una sorprendente comitiva. Se trata de un carro, al son de un tambor y una corneta: una compañía de cómicos ambulantes entra en Cuenca, creyendo que ésta es todavía una ciudad habitada.

Aquella noche los artistas y Carlos viven felices recorriendo las tabernas, cenando en el mejor restaurante y representando obras en el teatro Principal. Y Carlos pasa una maravillosa noche de amor con Elena, una muchacha de la “troupe”. Por la mañana abandonan la ciudad; se despiden con lágrimas en ojos de Carlos, quien se queda solo en la despoblada Cuenca, esperando la llegada del cohete mortal.

Y, como dicen en los concursos, hasta aquí puedo contar. El resto tiene un delicioso tono berlanguiano, sentimental e irónico, trasgresor, irreverente y tierno, sobre todo muy tierno, con sus personajes y con las situaciones que llevó a la pantalla. (La imagen es la escultura dedicada a Berlanga en Sos del Rey Católico, el delicioso pueblo aragonés en que rodó La Vaquilla).