Alejandro Ruiz

EL REPLICANTE

Alejandro Ruiz


El modelo ‘Chupi Guay’

04/06/2020

Para ejercer de manera notable el poder, el político necesita, además de una buena preparación intelectual, una vocación de trabajo orientada exclusivamente al bien común y no a los intereses propios o de su partido. Cuando no se dan ni la una ni la otra, el resultado es la corrupción y la perversión del sistema democrático.
Los grandes pensadores de la historia de la filosofía política, desde Platón hasta Habermas, vienen partiéndose el coco tratando de sentar las bases objetivas y universales sobre las exigencias morales que comporta el ejercicio del poder. El fenómeno de la corrupción política, que se reitera históricamente como sempiterno abuso sin escrúpulos de los cargos y los privilegios que comporta el poder, se empecina en el tiempo como muestra de la dificultad humana para mantenerse en el camino de la recta razón, del derecho y la justicia.
En el extremo de los abusos de poder basta leer, por ejemplo, el relato de Jonathan Glover sobre las matanzas deliberadas del régimen estalinista de la Unión Soviética, mediante torturas y ejecuciones, movimientos forzosos de la población o en hambrunas provocadas intencionadamente, trabajando en gigantescos proyectos constructivos con mano de obra esclava, o como consecuencia del trato recibido en los campos de internamiento. Al final Glover se pregunta asombrado que, igual que en lo sucedido respecto de las atrocidades nazis, cómo hubo seres humanos capaces de hacer tales cosas.
A largo plazo, al margen de tales extremos, el modelo ‘Chupi Guay’ es igual de dañino para la razón, el derecho y la justicia que las torturas y las ejecuciones. La degradación política se manifiesta hoy, sobre todo, en el ejercicio del poder fundamentado exclusivamente en la propaganda, en el infantilismo de las ideas, en el paupérrimo nivel intelectual de nuestros políticos y representantes, y en la justificación a ultranza de cualquier desmán, guarrada o desliz, que finalmente se filtra, se pule y se blanquea rápidamente a través de los corderiles medios de comunicación afines y agradecidos, facilitando que los ciudadanos asuman como normal lo que en realidad es un cáncer que corroe poco a poco las bases del Estado de derecho.
El paradigma del modelo ‘Chupi Guay’, para entendernos, es Irene Montero, la actual ministra de Igualdad. Ñoña y cursi como ella misma, y con una capacidad intelectual ajustada para ir pasando las tardes, que alguien como ella pueda llegar a ser ministra en un país como España, responde claramente a la idea que expresaba el filósofo Gustavo Bueno en el sentido de que actualmente en España la gente se ha degradado de tal modo que tenemos la cabeza totalmente destrozada, no hay ideas generales para establecer una sintaxis entre una cosa y otra, cada uno dice lo que le da la gana y nadie sabe lo que dice.