Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Frágiles

10/05/2020

El leve movimiento de las alas de una mariposa se puede llegar a sentir en la parte opuesta del mundo. Este antiguo proverbio chino, que  años después le sirvió al matemático Edward Lorenz para desarrollar la teoría del caos, es fiel reflejo de lo que está viviendo España, y buena parte del planeta, desde que el coronavirus, esa enfermedad que muchos expertos pensaban que sería una gripe pasajera similar a la estacional, empezó a expandirse sin piedad. Cualquier pequeña diferencia que se aplique entre dos situaciones similares termina provocando una serie de perturbaciones que, a medio y largo plazo, convierte a un mismo acontecimiento en una realidad radicalmente diferente.
La gestión que el Gobierno de coalición está llevando a cabo para combatir la pandemia aparece plagada de improvisación y desatinos que generan confusión. Fue el propio ministro de Sanidad, Salvador Illa, quien, el 22 de enero, cuando comenzaban a llegar con asiduidad noticias inquietantes desde China que alertaban de la virulencia y de la gran capacidad de propagación de un nuevo virus, sostuvo que España estaba perfectamente preparada para combatir la COVID-19. El mensaje, unido al que días después lanzó Fernando Simón indicando que, como mucho, íbamos a tener algún caso diagnosticado, sirvió, en principio, para tranquilizar a la población, pero mes y medio más tarde, cuando los hospitales se colapsaban, los sanitarios no contaban con medios para combatir la enfermedad, teniendo que confeccionar sus propios trajes con bolsas de basura, y la cifra de muertos se disparaba sin control, se constató que, lamentablemente, ninguna de las frases fueron acertadas y, lo que es peor, que no se había hecho prácticamente nada para evitarlo.
La respuesta del Ejecutivo, con un estado de alarma caracterizado por uno de los confinamientos más restrictivos del mundo, ha llegado tarde. La coalición Sánchez-Iglesias, como también ha sucedido en Francia, Reino Unido o EEUU, no hizo los deberes cuando la Organización Mundial de la Salud lanzó las primeras señales de alarma. España se olvidó de la prevención y, pese a ver lo que sucedía en Italia, tampoco hizo acopio de mascarillas y test a tiempo, y, cuando se decidió a adquirirlos, el mercado era lo más parecido a un bazar, tan saturado que los precios se habían inflado, los pedidos se demoraban y varios lotes de productos no servían al incumplir las medidas de seguridad. A partir de ahí, los expertos han ido marcando el paso.
Esta semana, con la votación de una nueva prórroga del estado de alarma, se ha constatado la crispación entre una parte de la clase política que parece más preocupada por sus propios intereses que por los de la ciudadanía. Unos, porque, aprovechándose de la situación, ejecutan nombramientos a dedo de altos cargos y transforman decretos ley en normas ministeriales sin pasar por el control parlamentario; otros, porque, viendo la debilidad del Gobierno, han planteado pasar de fase, con una dimisión previa y forzada, cuando era totalmente contraproducente para ganar la batalla que se libra contra el coronavirus. Por no hablar del espectáculo deprimente que están escenificando aquellos extremos, de uno y otro lado, que enarbolan banderas y ofrecen discursos rancios, impropios de una democracia consolidada y del siglo XXI. El colapso, como el que vive la Justicia, es generalizado. 
Es hora de mirar al futuro. Los indicadores económicos vaticinan negros nubarrones. El Gobierno tiene que ser consciente de que este mando único demanda mayores dosis de consenso para ejecutar esta desescalada tan imprevisible. Sánchez, que ayer entonó  por primera vez el mea culpa, ha de tender puentes con el resto de partidos para tratar de encontrar una fórmula que priorice la seguridad y, al mismo tiempo, genere certidumbre a nivel sanitario y económico; y la oposición tiene que arrimar el hombro, abandonar el frentismo, y demostrar su sentido de Estado con hechos y no con palabras. El objetivo es el mismo.
La política no va a curar la COVID-19. La puesta en marcha desde mañana de un nuevo protocolo con la realización de test PCR en menos de 24 horas a aquellas personas que presenten síntomas leves va a ser una herramienta fundamental.  Como ha advertido el presidente de la Organización Médico Colegial, Serafín Romero, los esfuerzos se tienen que redoblar en hospitales y centros de salud, que se han convertido en uno de los focos más importantes de contagio. Los positivos entre los sanitarios han crecido un 40% en las dos últimas semanas y conforman hoy la mayoría de los nuevos casos.Ellos y su entorno deben ser los primeros.
Somos frágiles. Nada servirá si la actitud de la ciudadanía, que ha hecho un sacrificio ejemplar, salvo excepciones mucho más visibles en los últimos días, cambia y no se percata de que, si queremos volver a la normalidad y minimizar los rebrotes, lo primordial es seguir siendo responsables con uno mismo y con los demás, caminando hacia la luz que hay al final del túnel. Sólo así podremos disfrutar este verano del espectáculo que ofrece el aleteo de las mariposas.