Miguel Romero

Miguel Romero


‘Cathedralis et órganum’

30/12/2020

Viene hacia ti, como edifico increíble, y te envuelve en toda su extensión. Igual que en los tiempos medievales, sucede ahora, pues a su sombra florece el ritmo continuo y ambicioso de esta ciudad. La catedral es, desde entonces hasta ahora, el edificio emblemático de cualquier ciudad histórica, y por tanto, no podía ser menos aquí, en la nuestra; tan histórica como cada una de las piedras que le dan vida, porque los siglos han ido pasando mientras el arte que provocaba su ansiedad, ha ido dejando su huella: románico, gótico, renacentista, barroco, rococó, neoclásico, modernismo y abstracción.
Nunca está sola la catedral, Ni eran entonces -en el siglo XVI-, frías sus naves, ni las verjas chirriaban sorprendidas, ni las luces temblaban solitarias, ni las voces se perdían en la hosquedad de las bóvedas. Ni siquiera un corto tiempo atrás, cuando un siglo XX ha dado su gloria, cuando unos canteros, pintores y vidrieros han hecho dejar sellado su angosto cautiverio en el arte de esa vanguardia que rompe la norma. Clasicismo junto a abstracción. Joyas del siglo XVI en capillas, maderas nobles y rejas exuberantes se mezclan con vidrios de fuertes contrastes en colores, tan modernos como sus composiciones, haciendo que la luz y el color rompan el equilibrio. Hay que verla desde el aire y hay que verla desde ese mediodía cuando la luz imagina sus rayos en el Altar Mayor mientras el triforio casi duerme. Vidrieras donde la abstracción vanguardista hinca sus raíces en los góticos ancestrales. Antes y ahora, arte más arte sin descanso. Conjunto excelso, antídoto de la ignorancia, que vuelca su esencia entre cultura de ayer y de ahora.
Pero es ahora, en las primeras décadas de este siglo XXI cuando sigue abriendo la esperanza de futuro, en su ámbito musical en el que Maestros de Capilla, virtuosos y señeros dejaron su firma, su música y su personalidad, para unos herederos ejemplares que conforman la parte de ese didáctico y portentoso Taller de Órgano que enaltece el espíritu.
Me encanta la Girola de este templo. Doble como la citan muchos. Porque es perfecta en su trazado y por la riqueza que atesora. Tiene una decoración majestuosa donde la transcripción del Antiguo Testamento tiene alto contenido simbólico. Arquerías góticas, elementos simbólicos, iconografía perfecta. Para unos, la finalidad esotérica y para otros, el concepto catequizador. 
Y es que no tengo más remedio que ensalzar el edificio que sirve de icono de una ciudad, de un sentimiento, de una espiritualidad y de un acontecer de futuro. Porque sus piedras, sus gárgolas, sus arcos y sus naves siguen siendo albaceas de encuentros culturales, enroscados en una atmósfera de música de órgano celestial, incardinado entre rejas renacentistas maravillosas, luces de vidrieras angelicales y requiebros góticos en sus arquerías y artesonados.
En el año 2011 se creó la Academia de órgano Julián de la Orden, con esos cursos de interpretación e improvisación, sin olvidar los conciertos que desde febrero de este año 2020 se han ido programando, primero presencialmente y luego virtualmente, en esa página web y dimensionado en sus redes sociales de youtube, para que la estela catedralicia siga cumpliendo el tesoro de su existencia, la realidad de sus convicciones de espiritualidad, devoción y cultura.
Tal vez, aquel barchinés llamado Julián de la Orden, cuando puliese con sus manos, cada una de las tablas, cuerdas y teclas de sus órganos, piezas claves de la música barroca, ni cuando casase en 1756, en segundas nupcias, con Águeda de la Orden, pudiese pensar que la Catedral de Cuenca, después de ocho siglos de existencia como edificio y de casi trescientos años en que su órgano ocupase ese lugar, pudiera seguir siendo, centro cultural de su música, de su canto, de su universalidad y eso, no hay duda, es buena culpa de su Cabildo catedralicio, de su Deán y canónigos y especialmente, de su Capellán Mayor. Ni siquiera la pandemia universal ha podido con su topónimo de grandeza: Cathedralis et Organum.