Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Nuestro paisaje

20/07/2021

Quien tiene la ocasión de recorrer las alcarrias, sierras y campiñas de Guadalajara se enfrenta a un paisaje con el que llega a entablar un diálogo, primero sensorial y luego sentimental. Lo que el viajero de estas tierras tiene ante sí es lo otro, aquello que le impresiona como el rostro visible del misterio. Esta conciencia del mundo exterior es la que reactivamente nos da la nuestra como observadores, nos hace sentir esa existencia propia e intransferible, que llamaríamos alma o consciencia, por la que siempre contemplamos el paisaje desde nuestros ojos. Todo lo que queda fuera del hombre es el paisaje —más bien su paisaje— y del que forman parte sus semejantes que, a su vez, participan en el encuentro con la fronda de sus propios modos de ver.
Pero a pesar de la diferencia de magnitud, aunque el hombre sea pequeño y efímero, es capaz de conocer su realidad y de saber que muere y la naturaleza no tiene conciencia de su magnitud ni de su aparente eternidad que, bien mirado, es solamente tener unas gotas de tiempo de ventaja ya que también a más largo plazo llega a su caducidad, El Pico Ocejón, tan alto y firme, vive su catástrofe a cámara lenta. Las aguas del río están siempre llegando para irse, y ese filo conceptual del ahora solamente existe para quien mira el agua.
El hombre es quien presta una intención y convierte en paisaje lo que sin su mirada sería una geología muda. La geofísica es lo dado y la traducción personal es lo que constituye el paisaje que, en definitiva, es una invención como lo es el enamoramiento. Decía Ortega en su teoría del perspectivismo, que hay tantos paisajes como observadores. Hay por tanto muchos Jadraque, Brihuega o Peñalver… disponibles, incluso para la misma persona que según los días, las horas y sus estados de ánimo puede sentir una Alcarria dramática, apacible, triste, grandiosa, risueña o temible.
Todo el mundo viaja con su móvil y hace cientos de fotografías que guarda en sus archivos. Esas imágenes, capaces de dar eternidad al momento como una prueba testifical de lo que es, tienen su reverso porque también aportan la prueba nostálgica de lo que ya no es.
Estos atardeceres de noviembre en los campos de Castilla, nos enfrentan con un prodigio de colores que nos impresiona, y habría que seguir la recomendación de Céline ante lo sobrecogedor de los crepúsculos africanos, de que es necesario compartirlo con alguien porque encierra demasiada belleza para un hombre sólo.
Esta es sobrada razón para recorrer y sentir la emoción de los paisajes en buena compañía. No solamente de una persona elegida sino también de un buen libro, porque los escritores han creado un imaginario que ya forma parte del cuerpo del paisaje, por lo que ver la Alcarria sin conocer a Cela es como no verla del todo. Por ello, nada mejor que empezar el camino por las tierras de Guadalajara abriendo las páginas de este libro.