José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


Nunca llueve a gusto de todos

19/04/2019

Cuando comienzo a escribir este artículo, aún no se han cumplido las predicciones que, esta vez, parece sí van a ser ciertas pero las cataratas del cielo no han abierto todavía sus compuertas para dejar caer hacia la tierra esas aguas tan esperadas y necesarias, aunque ciertamente no para estos días, haciendo así buena la sabiduría popular: nunca llueve a gusto de todos. Que la Semana Santa quede pasada por agua es lo más natural del mundo, pues así hace bueno el relato de los evangelistas. “Desde la hora sexta hasta la hora de nona quedó toda la tierra cubierta de tinieblas”, escribió Mateo, “Y al momento el velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo y la tierra tembló”, palabras que repiten casi punto por punto sus compañeros Marcos y Lucas, mientras que Juan, el más literario y comunicativo de los apóstoles, elude por completo cualquier anotación ambiental, como si no le importara nada que aquel día hubiera temporales lluviosos, temblores de tierra o luciera el sol.

Naturalmente, los avatares evolutivos del tiempo meteorológico no saben nada ni tienen en cuenta el que haya lugares que hacen de la Semana Santa el eje vital y económico de todo el año. Esta es una evolución no prevista en absoluto en los Evangelios ni en ningún otro sitio, pero ha ocurrido y aquí la tenemos. La primera industria del país se asienta sobre algo tan endeble como la caprichosa actuación de borrascas y anticlones o, sin llegar a dramatismos narrativos, de algo tan sencillo como que pueda llover, lo que de inmediato cancela procesiones, aperitivos en las terrazas o alegres baños en las amables aguas del Mediterráneo, sin contar con otros incidentes colaterales, como que los trabajadores de cualquier sector decidan ponerse en huelga estos días, incluyendo como cosa novedosa las gasolineras en Portugal, lo que introduce un factor de distorsión ciertamente muy llamativo, no conocido hasta ahora.

Llueve suavemente ahora sobre la ciudad de Cuenca. Es jueves por la mañana y a estas horas los responsables de la hermosa, colorista procesión que tiene su origen en la iglesia de San Antón estarán ya haciendo cábalas sobre el destino que les espera. Las procesiones han podido cumplir sin sobresaltos los cuatro primeros días de la semana pero los restantes están seriamente amenazados. Comparto la generalizada idea de que el intenso trabajo que las hermandades desarrollan a lo largo del año no merece esta frustración final, pero es algo a lo que ya están acostumbradas y, por tanto, no les sorprende demasiado. Ese es siempre el riesgo de actuar al aire libre, lo mismo da que sea una procesión que una carrera ciclista o, simplemente, el paseo cotidiano que cualquier ser humano gusta de dar.

Otra historia es la de quienes hacen negocio con las vacaciones de los demás y, por supuesto, de los propios turistas, enfrentados a lo que no esperaban ni deseaban. Muchos, si han tenido tiempo de hacerlo, habrán cancelado sus viajes a última hora pero seguro que la mayoría ha seguido adelante con los planes, confiando en que quizá al fin y al cabo no será para tanto o los señores del tiempo a lo mejor se equivocan y la borrasca va en otra dirección, no precisamente en esta en que estamos. Para una ciudad como Cuenca (y también para muchos pueblos de la provincia, que en los últimos años están siguiendo el ejemplo de la capital), que la Semana Santa no se pueda disfrutar plenamente, en su doble dimensión procesional y turística, es un serio problema. Por desgracia, la inventiva humana, tan fecunda en otros terrenos, no parece tener remedio para controlar el tiempo climático. Solo hay que esperar y que la suerte acompañe.