José Luis Muñoz

A SALTO DE MATA

José Luis Muñoz


Despedida encantada a un año horrible

31/12/2020

Hace prácticamente nada, un suspiro en el tiempo, era una criatura prometedora, recién nacida, pizpireta, alegre y juguetona, como suele suceder en casi todos los casos. Aunque tenía un nombre serio, el que le correspondía en el orden numérico de los años y los siglos, pronto empezó a ser llamado coloquialmente como el 20-20, pequeña broma que hacía mucha gracia a quienes la empleaban, porque ya sabemos que hay números que se prestan a esos juegos de palabras: la niña bonita para el 15, los dos patitos para el 22, o pícaras insinuaciones para el 69, y así muchos más. Pues este recién nacido, tan esperanzador, tan prometedor, fue conocido como el 20-20 y todo el mundo suponía que de esa amistosa conjunción llovieran sobre el género humano bondades sin cuento y un bienestar ilimitado. Ahora sabemos que cuando nació, ya estaba circulando por los ignotos territorios de la China milenaria un insignificante bichito microscópico, imperceptible a simple vista, que pronto empezó a hacer estragos en el indefenso ser humano, cebándose con cruel delectación en todo aquel que se puso al alcance de los virus, cuya considerable capacidad de multiplicación incontrolada ha sido, desde luego, un fenómeno tan admirable como sorprendente. Mientras esas cosas iniciales sucedían en la lejana nación el relato de lo que estaba sucediendo se prestaba a las bromas de los ingeniosos y estúpidos habitantes de la otra parte del mundo, la que ocupan los listos y bien pertrechados occidentales. Aquello parecía ser incluso divertido; «qué cosas les pasa a estos chinos» se decía con un cierto sentimiento de superioridad, mientras nos admirábamos de la sorprendente manera en que su capacidad tecnológica pudo levantar todo un hospital en quince días. Los otros chinos, los que viven por aquí y mantienen negocios en todas las ciudades, bien listos y desde luego advertidos echaron pronto el cierre de sus establecimientos, por lo que pudiera ocurrir. Y ocurrió, claro que sí. Y como en las moralejas de aquellas fábulas de Iriarte y Samaniego que leíamos en la escuela, llegó la tormenta y nos pilló sin medicinas y sin mascarillas.
Fue así como el simpático y juguetón 20-20 enturbió su gesto cuando apenas si llevaba un par de meses de recorrido y transformó la amable, amistosa apariencia inicial, por el gesto torvo y el ademán áspero que fue su comportamiento inalterable durante el resto de su existencia anual y solo ahora, cuando llega al final de sus días y le toca desaparecer en las tinieblas del averno, asoma en el horizonte un leve signo de esperanzado optimismo, que todavía no es suficiente para alejar de nosotros la sombra de tan malhadado muchacho pero que nos hace creer que sí, que la desgracia ha pasado o se está alejando al menos, aunque todavía quedará mucho tiempo para perderla definitivamente de vista. Bien se nos ha amargado el año, sin comerlo ni beberlo.
Con esa pesadumbre, ¿a quién le quedan ganas de hacer balance? Lo haría, en condiciones normales, cualquier comentarista que se precie, porque eso es lo que pide la tradición cuando llegan los días finales de cada año, pero este que ahora se va ha sido tan atípico, tan desagradable, tan antipático, que a uno solo le quedan ganas de darle la patada postrera y que se vaya con viento fresco a cualquier recodo del cajón de la historia donde quieran recibirlo y almacenarlo con muchísimo cuidado para que no vuelva a reaparecer. Allí permanecerá dormitando hasta que en el futuro lo recuperen los historiadores para destriparlo y encontrar entre sus componentes las razones de por qué  frustró nuestras expectativas, por qué dejó de ser un chavalote simpático y juguetón para convertirse en un auténtico canalla.

ARCHIVADO EN: Virus, China