Editorial

Trump afronta el camino a las urnas acorralado por la lucha racial

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Ha sido la trágica muerte de George Floyd, víctima de la violencia policial contra la población negra, el episodio que ha hecho tambalearse el camino a la reelección para un Trump que llegó a la Casa Blanca con un discurso de corte supremacista focalizado en la inmigración y con México en el punto de mira, país vecino al que amenazó con aislar con el famoso muro. La chispa de Minneapolis, la brutalidad explícita que se refleja en la grabación del suceso, se ha convertido en un clamor contra el racismo que ha recorrido la mayor parte de Estados Unidos con más de una semana de protestas que han ido subiendo de temperatura. En gran medida por la falta de empatía demostrada por el presidente Donald Trump, más empeñado en echar leña al fuego y avivar la confrontación que en buscar puntos de encuentro. Autoproclamado como el presidente de «la ley y el orden», sus respuestas, aparte de varios tuits desafortunados, se han limitado a barajar un despliegue militar ante las revueltas (posibilidad rechazada por el jefe del Pentágono Mark Esper) y a ampararse en la Biblia para buscar la complicidad de los sectores más conservadores.

Lejos de llamar a la concordia ante una de las crisis más graves de las últimas décadas en el país norteamericano, Trump acrecienta la división a pocos meses de las elecciones. No hay que descartar una nueva victoria del republicano, a pesar de los últimos acontecimientos. De hecho, en modo electoral, sus palabras van encaminadas a asegurar el voto de las bases radicalizadas. No lo tendrá fácil esta vez porque ni los notables resultados económicos de la primera mitad de la legislatura sirven para salvar la cara a un periplo al frente del país marcado por una gestión calamitosa de una crisis sanitaria como la del coronavirus, que ha costado la vida a más de 100.000 personas, en medio de excentricidades del líder de la primera potencia mundial. 

Sería injusto adjudicar en exclusiva a Trump el fracaso ante un conflicto heredado como es el de la lucha racial, que no han podido resolver anteriores ejecutivos, ni tan siquiera el de Barack Obama. Pero una cosa es no lograr una sociedad más igualitaria y otra bien diferente es avivar el fuego de la discriminación. En un país donde la población afroamericana roza el 15% y donde los casos de brutalidad policial en su contra son algo más que ‘aislados’ es preciso que sus dirigentes llamen a la concordia. Joe Biden tiene ante sí el próximo tres de noviembre el reto de acabar con una de las etapas más controvertidas de la historia del país. El líder demócrata, pobre de carisma y de perfil bajo en lo mediático, asume la tarea de dar forma a un equipo plural y capaz de ganarse la confianza de una sociedad polarizada.