Francisco García Marquina

EN VERSO LIBRE

Francisco García Marquina


Urnas para los dowayos

23/03/2021

Las votaciones son el medio para conocer la voluntad popular y conseguir una democracia. Esto es sabido, pero parece que el jefe Zuuldibo tuvo sus problemas cuando quiso modernizar su gobierno en la tribu camerunesa de los Dowayos poniendo las urnas ante los habitantes de la aldea de Kongle. La historia que viene es tan divertida como aleccionadora y la tomo de Nigel Barley en su libro El antropólogo inocente donde cuenta que los Dowayos aprendieron cómo votar, pero nadie sabía para qué lo hacían. No se admitieron votos negativos. Finalmente, en vista de que eran pocas las papeletas depositadas, les hicieron votar a todos otra vez.
Esta historia no es sino el modo grotesco del más civilizado de usar complicados medios para viciar unas elecciones. Pienso en las presidenciales norteamericanas en que un 40% de sus ciudadanos está convencido de que hubo fraude. También son recuerdo próximo los comicios de Venezuela en los que Cabello previno. «Para el que no vote, no hay comida» y que aunque crearon un rechazo internacional, los aprobó nuestro ex-presidente Rodríguez, ese hombre malo que, en sus mejores días, sólo parece tonto.
En España tales usos se emplearon profusamente en la Restauración, sea por los candidatos Cánovas y Sagasta en las generales y por los caciques y terratenientes en las municipales con la compra de votos y con listas descontroladas en las que votaban hasta los ‘lázaros’ como llamaban a los difuntos que resucitaban milagrosamente ante las urnas.
En las elecciones republicanas de 1933 y 1936 hubo muchas presiones, amenazas e irregularidades, hasta el punto de hacer dudoso el triunfo del Frente Popular en estas últimas. Actualmente se han encontrado pruebas fehacientes de actas trucadas y de lugares en las que había en las urnas más votos que habitantes, o feudos de la derecha en que la izquierda ganó por 599 a 0, sin un solo voto negativo que evitase reclamaciones. Para documentarse remito al riguroso estudio 1936: Fraude y Violencia, de Manuel Álvarez y Roberto Villa.
En la dictadura de Franco, hubo dos referendos en 1947 y en 1967, de cuyo ambiente y validez existen recuerdos como el de un pueblo alcarreño en que en julio de 1947 el secretario, que venía a caballo, montaba la mesa electoral con un puchero como urna diciendo «espero que no haya votos negativos» y a la hora del escrutinio mandaba fuera a todo el personal. ¿Cómo esperar otro resultado por la enorme presión propagandística sobre las realizaciones del régimen y a la jerarquía eclesiástica predicando que votar ‘sí’ suponía «estar en paz y gracia de Dios»?
Ya no está Romanones que metía un duro en el bolsillo de sus votantes, pero hay otros medios para mantener esta tradición de fraude. El más simple es la falsedad del programa electoral, que para alcanzar la presidencia fue utilizado por Sánchez (que ya estaba entrenado en el pucherazo en las primarias de su partido metiendo votos detrás de una cortina). Cuando la técnica ya es magia y con el voto por correo te hacen un Biden ¿qué escrúpulos puede tener quien pacta con los justificadores del asesinato de 857 personas? Hemos de estar prevenidos para no caer en la ingenuidad indolente de los dowayos.