El martes, 10 de marzo, del 2020, publicaba en La Tribuna, un texto sobre las dificultades del arte contemporáneo en Toledo. Los proyectos, puestos en marcha en otras épocas habían fracasado. Pero el artículo quedaba incompleto. Porque un «acontecimiento insólito», como una oportunidad fáustica, sucedía en Toledo, hace apenas un año. Roberto Polo apostaba por establecer su colección de arte contemporáneo entre Toledo y Cuenca. La apuesta venía acompañada de razonamientos que, a gentes de frontera como los de Castilla y la Mancha, sonaban extraños. Elegía mantener su colección privada, expuesta en Toledo y en Cuenca, porque le parecían dos lugares adecuados.
En el caso de Toledo, la valoración no deja de ser sorprendente, cuando no solo fracasaron los intentos de etapas anteriores, sino que ha sido incapaz de disponer de un Museo de la Provincia, que cuente la historia local y nacional mediante el arte, en el despilfarrado edificio de Santa Cruz. Continuaba, después, su discurso constructivo, afirmando que se sentía en la obligación de devolver a la sociedad lo que esta le había dado. ¿Nosotros formamos parte de la sociedad? Pero si hasta el momento solo se nos había utilizado como reserva, como camino de ida, como plataforma pasajera de promoción o como finca de caza. Y resulta que viene el señor Roberto Polo a intentar demostrar que, para estas tierras que apenas han intuido la modernidad, la esperanza es posible. Que en Toledo, en el impresionante edificio de Santa Fe – del que aún no se ha recuperado alguna pieza de su patrimonio antiguo – se puede intentar organizar una Revolución total sobre la base del arte contemporáneo. Me froto los ojos, y aún no he dejado de frotármelos, a pesar del coronavirus ese que nos aplasta.
Siendo proactivos, debe agradecerse colectivamente la iniciativa de Roberto Polo. Él ha puesto de su parte lo que tiene. Ahora le corresponde el turno a la sociedad toledana en su conjunto y a sus responsables políticos en general. La Cultura no prospera, sino es con el aliento de los visionarios y el apoyo sostenido de las instituciones públicas. Invertir en arte contemporáneo es invertir en futuro clásico. Es algo más que sabido, aunque pueda parecer despilfarro ante lo pragmático de otras inversiones. ¿Qué hubiera sido de Toledo hoy si el Greco no se hubiera quedado en la ciudad, a su pesar, y una parte de su obra no hubiera permanecido en la ciudad? Ni del denostado turismo, viviríamos.