Editorial

El tacticismo y las ambiciones no pueden guiar la política

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El fracaso de la investidura de Concha Andreu como presidenta de La Rioja es el último ejemplo de las complicaciones de los partidos políticos para alcanzar acuerdos. El problema en este caso, como en el de otras comunidades autónomas y el de la propia elección de presidente para España, radica esencialmente en la dificultad para generar escenarios de confianza entre la fuerza principal y una o más de las minoritarias. Ocurre en la negociación que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han llevado a cabo durante semanas, en la que el presidente en funciones se resiste a otorgar un papel principal a Podemos por desconfianza en materias sensibles como Cataluña, y ocurre igualmente en comunidades como Madrid y Murcia, donde el voto necesario de Vox para que prosperen presidencias del PP en ambos territorios ha sido durante semanas una barrera insalvable para Ciudadanos, aunque después se hayan descubierto pactos firmados entre los dos partidos. 

Lo ocurrido en La Rioja no era lo previsto, ya que previamente se había anunciado un acuerdo para lograr entre PSOE, Izquierda Unida y Podemos una nueva etapa política después de 24 años de gobiernos continuados del Partido Popular. Sin embargo, el enrarecido clima que se ha apoderado de las negociaciones más enquistadas ha contagiado a un territorio en el que la exigencias de la única parlamentaria de Podemos están fuera de lugar. La reclamación de tres de las ocho consejerías con las que se forma el Gobierno riojano choca de lleno no solo con el sentido común sino que contribuye a reforzar la imagen que las minorías están proyectando hacia la ciudadanía de que priorizan los cargos a las políticas y al interés general. Flaco favor le hizo ayer la diputada riojana a Pablo Iglesias en su ofensiva hacia Sánchez al exhibir una ambición desmedida que va más allá de lo razonable. Con el riesgo cierto de repetición electoral y el PSOE tirando también del argumento de que Podemos está más preocupado de lograr ministerios que de pactar medidas de interés para el país, la actitud de Raquel Romero deja a Pedro Sánchez en bandeja el relato para atraer a una nueva remesa de votantes defraudados con el partido morado.

El tacticismo y las ambiciones desmedidas no pueden seguir siendo el faro que guíe la manera de hacer política en España. Se suponía que la irrupción de nuevas formaciones debía servir para que el tablero fuera más plural y abierto, más transparente e incluso para oxigenar una vida política que había permanecido durante cuatro década mirándose a sí misma. Pero por ahora los vetos y bloqueos de los emergentes superan ampliamente a los consensos. Es difícil determinar a ciencia cierta si se trata más de falta de voluntad o de capacidad, pero todos están en la obligación de cambiar de actitud si se trata de lo primero o de aprender si es lo segundo. No toda la responsabilidad debe recaer en ellos, pero ante la ciudadanía están dando muestras de altas dosis de intransigencia y ambición, que no era lo que de ellos se esperaba.