Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Punto de inflexión

24/04/2019

Tengo para mí que los dos debates electorales a los que hemos asistido en los dos últimos días van a ser definitorios a la hora de inclinar la balanza de muchos de los indecisos que pululan  por el planeta demoscópico. Porque el indeciso es casi siempre el votante más formado e informado que esta vez simplemente no sabe por donde tirar, a pesar del aumento de la oferta política. Se enfrenta a las urnas con pereza, hastío y desencanto. Es, insisto, en muchas ocasiones el votante que asiste entre atónito e indignado al espectáculo de bajísimo nivel en que se está convirtiendo la política española, sin argumentos, sin enjundia y plagada de medias verdades.
Lo hemos visto en pantalla. Era la primera vez que todos los candidatos eran hijos de la Constitución de 1978, sin ninguna hipoteca, aunque a veces no lo parezca. Todos crecidos en democracia, y esto ya es algo que hay que enmarcar. Hemos visto también como lo nuevo lo es muy relativamente, y en algún tramo Ciudadanos y Podemos eran de un viejuno fuera de lo común. Hay que reconocerle a Pablo Iglesias, eso sí, el romper un marco en exceso encorsetado y el tono pedagógico. A partir de ahí, casi todo en él tiene el sello de la impostura. Hemos visto a un Pablo Casado que ha usado un tono presidencial que seguramente tenía que haber utilizado hace muchos meses en lugar de ese chau-chau acelerado y atropellado al que se ha agarrado tanto, tan del gusto, por otra parte, de Albert Rivera que si hubiera ganado algo sería un suerte de concurso al tertuliano más rumboso,  pero un debate electoral para elegir presidente es, debe ser, algo más serio.
Casado habla sin guión ni papeles, pero el día anterior, tras un mitin dominical en el cigarral de las Mercedes en el que comenzó haciendo referencia a la fiesta de la Resurrección, a la hispanidad y a  Claudia Alonso, se pasó la tarde aprendiéndose datos y más datos que el lunes puso sobre la mesa con algo de exceso para la  buena digestión. Y hemos visto, por último, a un Pedro Sánchez  en ocasiones muy descolocado que a veces parecía que llevaba diez años más que diez meses en la Moncloa.  Muy inseguro, en el primer tramo del primer debate, pero anclado como banderín de enganche en el concepto de justicia social, sin duda un valor seguro en los tiempos precarios que corren y del que se olvidan con frecuencia los representantes del otro bloque. Sánchez, en cualquier caso, volvió a poner de manifiesto que existe una distancia considerable entre él, en carne real y vulgar durante su intervención en un debate televisivo, y la secuencia de imágenes kennedysianas que nos venden desde la factoría de Iván Redondo.
Sin embargo, esta vez han sido tan importantes los debates como el debate previo sobre ellos. Llegamos a la cita con una polémica sobre cuantos y como realizarlos en la que finalmente ha salido muy mal parada nuestra TVE, la pública, la de todos. Instrumentalizada por uno de los candidatos por cuyos intereses la administradora única, Rosa María Mateo, cambió la fecha del debate de un día para otro con protesta generalizada, también de organismos, como el Consejo de Informativos, que vieron muy bien su llegada al administración del ente público.  El asunto es grave. Primero a Pedro Sánchez le interesó la presencia de Vox, y para ello tuvo que acudir a una televisión privada. Quería el candidato socialista, presidente del Gobierno en funciones, la escenificación de las tres derechas en “prime time”. No pudo ser la presencia en el plató de Abascal porque no lo permitió la Juan Electoral. Finalmente los grandísimos profesionales de RTVE salvaron la cara de la casa con una retransmisión notable en la que lo más flojo fue el moderador.
En cualquier caso, finalmente hemos tenido debates, aunque nos ha faltado ese cara a cara imprescindible que Pablo Casado ha reclamado con tanta razón como lo hacía Pedro Sánchez cuando pretendía derrotar en las urnas a Mariano Rajoy, aunque Sánchez tuvo el suyo. Necesitamos sin duda mucha más transparencia y que los debates electorales sean algo reglado previamente por un organismo independiente y no instrumentos manejados desde el poder o al capricho de alguno de los candidatos. Corremos el peligro al final de que esta época de cambio no sirva para profundizar en la democracia sino para deteriorar y desnaturalizar las instituciones. Definitivamente nuestro país se encuentra en un punto de inflexión.