Fernando J. Cabañas

OLCADERRANTE

Fernando J. Cabañas


Seriedad, por favor

05/01/2021

Renovarse o morir, dice un adagio que de joven escuchaba y que me sonaba a cantinela. Ahora ya casi no lo oigo. Actualmente el tiempo va más deprisa y no hay posibilidad de asimilar los vertiginosos cambios que experimentamos. Efectivamente casi ni los deseamos. Aspiramos simplemente a mantener el tipo, que ya es bastante. Por ello, sospecho que la sentencia más acorde con lo que actualmente acontece es la que suplica a la virgencita que se deje de nuevas sensaciones y nos permita quedarnos como estamos, más que nada por si dejamos de sentir que respiramos. El caso es que yo, desde siempre y fiel a lo escuchado hace décadas, ando en permanente renovación. Me gusta estar vivo, sentirme actual y además demostrármelo. Por ello, confesaré detalles del último proyecto en el que ando metido y que contribuirá a que todo lo relacionado con la valoración de la formación de mis alumnos se dispare.

Es un hecho que ellos están hartos de exámenes. Consideran, además, que someter sus conocimientos a juicio ajeno, a mis criterios, a los de su profesor, es una falta de confianza en ellos al margen de una muestra de autoritarismo por mi parte. Lo sé. De igual manera y dadas sus edades, no estará lejos de sus convicciones la que apunta a que eso de tener que demostrar, un día y a una hora determinados, el dominio de específicos conocimientos es más propio de estados dictatoriales que de aquellos que velan por los derechos de sus ciudadanos. ¿Por qué han de estudiar simplemente porque yo lo diga? ¿Por qué no hacerlo cuando realmente lo deseen, como ejercicio máximo de libertad espiritual y emocional? Tampoco yo lo entiendo, oiga. Sobra dar más argumentos. El caso es que por fin he encontrado la solución a estos ancestrales y caducos estigmas sociales. He decidido que a partir de ahora los conocimientos de cada alumno sean valorados, no por mí, sino por un comité de expertos independientes que asuma tan ímproba, objetiva y trascendental tarea. Y eso que para mí es un verdadero placer preparar retorcidos exámenes, distribuirlos, organizar su realización, recogerlos, corregirlos, calificarlos, … varias veces al año con cada grupo de alumnos. Pero en aras de la defensa de los más elementales derechos de la persona, humana concretamente, dicho comité no lo integrarán sujetos elegidos por mí, ni tampoco obsoletos tribunales o comisiones de valoración. Tras sesudos estudios psicoevolutivos realizados últimamente, ha brotado en mí una lúcida reflexión a partir de innumerables dudas. ¿Soy yo, acaso, el que objetivamente mejor conoce a un alumno? ¿Es que soy yo el que más espera de él en esta vida? ¿Es acaso el profesorado el que desea lo mejor en la vida de su alumnado exigiéndole, sin ningún interés a cambio, los mayores esfuerzos a realizar? Y todas me llevan a nuevas dudas. ¿Podría acaso haber personas que, objetivamente, pudiesen valorar mejor a un joven, además sin contemplaciones ni miramientos, que su propia madre, su excelso padre, sus abnegados abuelos e incluso que él mismo? No, me he dicho mil veces. ¡Rotundamente NO! Además, ¿quién soy yo para juzgar a alguien teniendo ya a su alrededor personas que, desinteresadamente y sin dobles lecturas, le exigen habitualmente lo más adecuado y mejor a fin de prepararlo para que tenga un futuro luminoso? Por ello, he decidido que el comité de expertos que a partir de ahora los evaluará lo integrarán, evitando subjetividades y espurios intereses, los padres y las abuelas del alumno —los abuelos serán suplentes—, presidiéndolo el propio estudiante. Me queda la duda de si será él mismo el que firme actas o lo hará su madre. La incertidumbre me surge al no querer sobrecargarle con más tareas. Consultaré y resolverán. El proceso requiere ante todo seriedad, por favor.