Purga

Óscar del Hoyo
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Armados con fusiles de asalto y vestidos rigurosamente de negro, dos hombres con el rostro oculto tras los pasamontañas se dirigen al número seis de la calle parisina Nicolas-Appert con un solo objetivo: matar. Sin embargo, enseguida se dan cuenta de que ese no es el lugar que buscan. La sede de la revista satírica francesa Charlie Hebdo ya no está allí. Hace un año que se ha trasladado al número 10. Su plan está cogido con alfileres.
Tras la confusión, los dos terroristas, como si de un comando de las fuerzas especiales se tratara, ahora sí, se dirigen hacia la dirección correcta. Nada más acceder a la entrada disparan a las dos primeras personas que encuentran, dos trabajadores de mantenimiento, acabando con la vida de uno de ellos. Segundos más tarde se topan con uno de los dibujantes de la publicación -Coco-, al que toman como rehén para que les lleve hasta el director del semanario, Charb, su principal objetivo.
Pese a que trata de despistarlos, finalmente alcanzan la puerta de seguridad que impide el paso a una redacción, que ha recibido fuertes amenazas los últimos años por las caricaturas que han publicado sobre Mahoma. Los terroristas marcan la clave que desbloquea la puerta y se dirigen a la sala de reuniones. Primero ejecutan a Charb, después descerrajan tiros a todos los que se encuentran allí presentes, asesinando a ocho integrantes de la plantilla, un policía que se dedica a escoltar al director y a un colaborador. La escena es macabra, dantesca.
«Al lahu-akbar (Alá es el más grande)», gritan con vehemencia mientras salen a la calle antes de subir al Citroën C3 negro, estacionado en la puerta y con el que emprenden su frenética huida. Los dos terroristas no tardan en toparse con varias patrullas de policía con las que intercambian disparos. En una de las refriegas, un gendarme es alcanzado en el estómago. Yace moribundo en la acera. Uno de los islamistas se acerca hasta él a la carrera y, a pesar de que el uniformado le pide clemencia y levanta sus manos, le da un tiro de gracia en la cabeza.
El comando cumple sus amenazas y el mundo mira a París conmocionado. Los asesinatos perpetrados por los hermanos Kouachi y por Amedy Coulibaly, que posteriormente mata a otro policía, irrumpe en un supermercado judío para llevar a cabo un secuestro masivo y acaba con la vida de cuatro rehenes, dejan la huella inconfundible del terrorismo yihadista.
Esta semana se han cumplido cinco años del atentado perpetrado contra Charlie Hebdo. La masacre, que se convirtió en un símbolo para salvaguardar la libertad de expresión, fue el comienzo de un año de pesadilla para Francia, que tuvo su noche más funesta el 13 de noviembre, cuando tres grupos coordinados sembraron de pánico las zonas aledañas al Stade de France, los cafés cercanos y la sala de conciertos Bataclán, acabando con la vida de más de 130 inocentes.
Los asesinatos de los caricaturistas provocaron un ruido mediático tan ensordecedor que impidieron realizar un profundo análisis de un complejo problema global que, una vez más, golpeaba de lleno el corazón de Occidente. Las cifras, frías en muchas ocasiones dependiendo de la nacionalidad para la que computen, hablaban por sí solas. El informe del Índice Global sobre Terrorismo revelaba que el número de muertos registrados un año antes a causa de atentados terroristas se incrementó un 80% a nivel mundial. Además, casi ocho de cada 10 acciones violentas habían tenido lugar en cinco países: Irak, Pakistán, Nigeria, Afganistán y Siria. Todos, de mayoría musulmana. Pero hay más. Desde el año 2000, si se excluye el terrible ataque perpetrado en EEUU contra las Torres Gemelas, solo un 0,5% de las muertes en atentados terroristas se habían producido en países occidentales.
La coordinación internacional y, sobre todo, las acciones llevadas a cabo por las grandes potencias contra el Estado Islámico, están consiguiendo asfixiar al terrorismo yihadista, que ha perdido el control de explotaciones petrolíferas, que, según algunas estimaciones, generaban dos millones de euros diarios gracias a la venta de crudo en el mercado negro. La muerte en octubre de su líder, Al Bagdadi, tras una operación militar de EEUU, ha terminado por descabezar a un califato que lanzaba sus dantescos zarparzos contra el mundo occidental, al mismo tiempo que imponía el terror y defendía la versión más radical y distorsionada del Islam.
El terrorismo islamista parece controlado, pero la redacción de Charlie Hebdo continúa con altas medidas de seguridad. La libertad de expresión, amparada en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sigue amenazada en cualquier rincón del planeta. No sólo por los fundamentalistas religiosos, sino por algunas ideologías que tratan de purgar a todo el que no escriba, dibuje o piense de su misma manera.

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