El mayor disparate de la política exterior española

Pilar Cernuda
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La torpeza e ingenuidad del Gobierno de Sánchez con la operación secreta de trasladar a Ghali a Logroño rompe el difícil equilibrio que han mantenido ambos Estados en las últimas décadas

El mayor disparate de la política exterior española

Brahim Ghali, líder muy cuestionado del Frente Polisario, ha viajado a España una media docena de veces en los últimos años. Sin problema.

El Gobierno español, a través del ministerio de Asuntos Exteriores, informaba al marroquí de las circunstancias por las que se producía el viaje, que Marruecos aceptaba. De la misma manera, el antecesor de Ghali, Abdelaziz, ha estado en España en innumerables ocasiones, se ha entrevistado con autoridades y dirigentes de diferentes sectores y también con periodistas, a los que expresaba la situación de los saharauis, casi siempre con fuertes críticas al Ejecutivo marroquí.

También ha sido habitual durante mucho tiempo el desplazamiento de periodistas españoles a los campos de Tinduf, en territorio argelino próximo a la frontera, donde viven desde hace años docenas de miles de saharauis. Esos profesionales nunca sufrieron represalias marroquíes por asistir a Tinduf de la mano del Polisario para informarse sobre el terreno de la situación de los saharauis y, algunos de ellos, no han tenido problemas para entrevistarse con el propio rey Hassan, como ha ocurrido con esta periodista. Lo habitual era que el Gobierno marroquí, para contrarrestar la operación publicitaria del Frente Polisario, invitara a periodistas españoles a conocer distintos puntos del muro de 2.000 kilómetros construido por Marruecos para tratar de aislar el territorio que reclaman los saharauis y, además, preparaba encuentros informativos con dirigentes saharauis que se sentían marroquíes.

Estos datos demuestran que la operación Ghali, traer a España clandestinamente al líder del Frente Polisario, supuestamente para ser tratado del coronavirus, se planteó de forma absolutamente frívola e irresponsable. Un fallo diplomático de tal envergadura que obligaría a Pedro Sánchez a reflexionar sobre la continuidad de su ministra de Asuntos Exteriores. Por torpe, por desconocimiento de cómo se rigen las normas de las diplomacia -no hace falta ser diplomático para conocerlas, ni Margallo, ni Solana, Matutes, qué o Ana de Palacio lo eran, entre otros ministros-, sino tratar de informarse sobre cómo funcionan las relaciones entre Estados, más aún, cuando se trata de vecinos y, aún más cuando se mantiene desde hace décadas un contencioso que perturba las relaciones: la territorialidad de una antigua colonia española, el Sahara, así como la españolidad de cinco plazas españolas en el norte de África, las más importantes Ceuta y Melilla.

Que nunca han sido marroquíes, siempre españolas. La reivindicación marroquí se debe exclusivamente a su situación geográfica, incrustadas en Marruecos como está Andorra en España o Mónaco en Francia. Histórica, cultural e identitariamente siempre han sido ciudades o peñones españoles.

La ingenuidad de González Laya y de Sánchez se convierte en torpeza de dimensiones inaceptables cuando pretende que la operación de trasladar a Brahim Ghali a Logroño sea secreta, para lo que se prepara una documentación falsa. Hasta un adolescente mínimamente interesado en la actualidad sabe que los servicios de inteligencia marroquíes trabajan en España intensamente, colaboran de forma muy eficaz con los servicios españoles en la lucha contra el yihadismo y, precisamente por luchar contra el yihadismo se mueven en círculos que les permiten detectar cualquier tipo de movimiento sospechoso. Antes, incluso, de que se produzcan determinadas operaciones.

Marruecos conoció el ingreso de Ghali en un hospital de Logroño probablemente antes de que llegara el enfermo e informó de inmediato a su Gobierno.

Pedro Sánchez, por otra parte, desde el mismo momento de su toma de posesión empezó a sumar agravios, a los que Palacio -eufemismo con el que se denomina al rey marroquí y a su círculo de influencia, más poderoso que el propio Gobierno- estaba muy atento. Además, fue el primer presidente que no consideró adecuado que Marruecos fuera el primer país que debía visitar como Jefe de Gobierno, y tampoco corrigió a su socio Pablo Iglesias cuando siendo vicepresidente no dudó en declarar que el Sahara pertenecía a los saharauis y no a Marruecos y debía celebrarse un referéndum.

De hecho, tampoco se ha escuchado estos días desde el ala socialista del Ejecutivo una sola palabra de desautorización de la nueva reivindicación saharaui de Podemos, en plena crisis por la «invasión» de Ceuta por miles de marroquíes que entraron ilegalmente en la ciudad. Entre ellos, más de 1.000 menores, muchos niños a los que se engañó prometiéndoles la asistencia a un partido de futbol en el que jugaría Cristiano Ronaldo.

La situación de esos menores es complicada. No pueden ser devueltos a su país de origen como se hace con los adultos, la ley lo prohíbe a no ser que lo soliciten formalmente sus familiares que, de forma mayoritaria, prefieren que el Gobierno español se haga cargo de ellos, pues piensan que en algún momento conseguirán crearse una vida nueva en España mientras que en Marruecos no tienen ninguna perspectiva de futuro.

 

Menas

Los menores no acompañados han vagado por las calles ceutíes hasta que el jueves se decidió alojarlos en tiendas de campaña instaladas en el campo de fútbol, mientras se busca una salida a su situación. Se ha anunciado que se enviarán a la península 200 menas que se distribuirán en las diferentes comunidades autonómicas.

Varios presidentes han expresado su incomodidad no por acogerlos, sino porque el Gobierno central decide sin contar con ellos y no facilita, además, unos mínimos fondos para costearles vivienda, sanidad, alimentación y educación. Coincide, también, esta decisión sobre los menas con un rechazo social creciente a su presencia en diferentes ciudades donde, en muchos casos, se ha incidido en que se trata de personas que delinquen sistemáticamente y que se niegan a aceptar la reinserción social respetando las leyes.

Esa imagen, espoleada sobre todo por Vox, ha tenido su principal reflejo este pasado jueves cuando el partido de Abascal ha anunciado que rompe su alianza con el Ejecutivo de Andalucía -coalición formada por PP y Ciudadanos- si aceptaba hacerse cargo de los 13 menores marroquíes que le correspondían en el «reparto». Abascal viajó a Ceuta en plena crisis para hacer un alegato en el que, de nuevo, identificaba a los inmigrantes marroquíes con la inseguridad ciudadana y exigía que el ejército interviniera en Ceuta.

Que ha intervenido, pero no como le gustaría al líder de Vox. Policía, Guardia Civil y Ejército han dado el do de pecho socorriendo a los migrantes que entraron de forma ilegal en Ceuta, la mayoría de ellos a nado, llegando exhaustos a la playa de El Tarajal. En algunos casos, mujeres con bebés de pocas semanas cargados a sus espaldas.

Las imágenes del rescate han demostrado el coraje, la dedicación y la sensibilidad de los militares, entre ellos legionarios, así como de los cuerpos de seguridad del Estado. Imagen que inevitablemente contrastaba con la indignación generalizada que han sentido la mayoría de los españoles ante la torpeza inconmensurable del Gobierno, sobre todo de la ministra de Asuntos Exteriores, Gonzalez Laya.

Algunos medios aseguran que el ministro de Interior, Marlaska, expresó, incluso por escrito, su desacuerdo con aceptar la hospitalización de Brahim Ghali en España, porque temía las consecuencias. Si es así, significa que también Pedro Sánchez conocía la operación, lo que demuestra que el propio presidente es un ignorante respecto a lo delicadas que son las relaciones con Marruecos y la gravedad de las consecuencias que puede tener para nuestro país que se rompa el difícil equilibrio con el que se han llevado en las últimas décadas.

No se trata de someterse a un chantaje marroquí, sería inaceptable. Se trata de conocer bien la situación, cómo la propia población siente de forma mayoritaria que Ceuta y Melilla les pertenece y no van a más porque el rey marroquí lo sujeta -Hassan primero y Mohamed VI después- y que, por tanto, hay que ser muy cuidadosos con el Jefe de Estado marroquí.

Por las plazas españolas, y porque de él depende que centenares de miles de marroquíes no lleguen en masa a las costas españolas de forma totalmente ilegal y conviertan este país en un infierno, porque España no está en condiciones de asumir una ola inacabable de personas que llegan sin nada, solo con su obsesión de construirse una nueva vida.