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Personajes con historia - Pedro Páez de Jaramillo

El jesuita que descubrió las fuentes del Nilo Azul


Antonio Pérez Henares - 10/05/2021

La primera vez que oí hablar de este jesuita, aunque estaba cansado de pronunciar su nombre, fue a Javier Reverte, el gran viajero y escritor, amigo, rival de mus y compañero en todo, de las cartas a la aventura, de Manu Leguineche. A ambos los hemos perdido y de los dos aprendí, aunque no lo que debía. 

Javier me llamó un día y me preguntó: Oye, ¿tú sabes quién es Pedro Páez de Jaramillo?.

-Pues mira Javier, viví de joven en una calle en Guadalajara, en la que siguieron viviendo largos años mis padres, que lleva ese nombre, Páez de Xaramillo, pero no tenía y no tengo ni la más remota idea de quién es.

El jesuita que descubrió las fuentes del Nilo Azul El jesuita que descubrió las fuentes del Nilo Azul -Pues era un jesuita alcarreño que descubrió las fuentes del Nilo Azul.

Reverte estaba escribiendo por entonces su libro sobre él Dios, el diablo y la aventura, que recuperó en todo lo que pudo y no fue poco, tuvo un gran éxito, su figura y su hazaña, no solo desconocida sino por un tiempo usurpada por un escocés tramposo. Confío en que al menos ahora los habitantes de mi antigua calle sepan de dónde viene el nombre. Aunque para más enredo, resulta que lleva ese apellido sí, pero parece que a quien se la dedicó el ayuntamiento de Guadalajara no fue a él sino a un pariente suyo, que era coronel o algo así y muy posterior al cura explorador.

Pedro Páez de Xaramillo sí era alcarreño, pero otra vez otro pero, no de la Alcarria de Guadalajara sino de la madrileña, que también tiene la suya. De Olmeda de las Fuentes, para ser precisos, pero que resulta que tampoco se llamaba así cuando él vivía, sino de la Cebolla, a la que cambiaron después el apellido porque debió parecerles poco gallardo y algo lloroso.

El jesuita que descubrió las fuentes del Nilo Azul El jesuita que descubrió las fuentes del Nilo Azul Lo importante, sin embargo, fue y es conocer al personaje cuyas aventuras son en efecto fascinantes y no solo la del Nilo, sino que amén de 1.000 peripecias, incluso la de ser prisionero esclavizado en Arabia; el primer europeo en beber café; y el que convirtió al catolicismo, era cristiano pero no de obediencia romana, al emperador etíope (tierra aquella donde Páez de Jaramillo pasaría gran parte de su vida y acabaría por ser enterrado en ella).

Nació, como está dicho, en Olmeda de las Fuentes (Madrid) en 1564, de familia noble y, a pesar de lo que se dio mucho tiempo por hecho, no se marchó muy joven a estudiar a Coimbra (Portugal), entonces también parte de la Corona española, sino que sus primeros estudios los cursó en su propia villa, donde había un centro de enseñanza jesuita para pasar después a otro colegio de la orden de mayor rango y nivel en Belmonte (Cuenca) donde hizo gran amistad con el teólogo navarro Tomas de Ituren. 

De su mano llegó a la Universidad de Alcalá de Henares, muy cercana a su lugar de nacimiento y, tras culminar en ella sus estudios, ingresar en la orden y ordenarse sacerdote, dio rienda a su vocación misionera y partió para el oriente, en concreto hacia La India, donde durante un año, en 1585 , en el colegio San Paulo, de Goa, preparó con otro jesuita, Antonio de Monserrat, la misión que ansiaba emprender en territorio africano. 

Quería llegar a Etiopia, donde sus habitantes profesaban la fe cristiana, lo que le daba un inusitado valor en un territorio rodeado de mahometanos pero que no eran del rito católico, y los anteriores misioneros habían perecido. De hecho, de los cinco últimos enviados, solo tenían noticia y ya antigua de que quedaban dos supervivientes.

Iniciaron el viaje pero no consiguieron completarlo. Jaramillo tardaría más de 10 años en lograrlo y su compañero moriría en el intento. Él mismo estuvo a punto de sucumbir igualmente.

Al no encontrar embarcación que les llevara directamente se dirigieron primero hacia Mascate (Omám), que estaba bajo dominio portugués. Allí fueron engañados por un mercader que les prometió llevarlos hasta su destino, pero nada mas salir a mar abierto fueron hecho prisioneros, llevados a Yemen, vendidos allí como esclavos y los siguientes siete años los pasaron recorriendo los desiertos de Hadramaut y Rub-al-Jali, en plena Península Arábiga.

El rescate no se produjo hasta el año 1595. Pudieron entonces regresar a Goa y allí, al poco de llegar, falleció Monserrat. El alcarreño no cejó en su empeño, aunque hubo de esperar hasta el año 1603 para lograrlo. 

Esta vez preparó mejor el viaje. Se dirigió primero al puerto eritreo de Massawua y de allí fue hacia Fremona, en la actual región del Tigray en el norte de Etiopía. En el transcurso de aquel periplo, un reyezuelo le ofreció una «extraña bebida» que describió muy exactamente y que no era sino el ahora tan común café, pero que hasta entonces ningún europeo había probado .´

Llegado a Etiopía, el éxito le acompañó de inmediato. Tan rápido fue que estuvo a punto de costarle la muerte, si no hubiera sido precavido. El emperador etíope Za Gendel quedó subyugado por él, hablaba a la perfección sus lenguas, amárico y ge´ez, conocía sus costumbres y rituales, y decidió de inmediato convertirse y abandonar la iglesia ortodoxa. El jesuita le previno de que no lo anunciara de golpe y que fuera cuidadoso con los cambios. El emperador no le hizo caso y decidió suprimir la observancia del Sabbaht, lo que provocó una rebelión, la guerra civil y la muerte del emperador. Páez de Xaramillo, prudentemente, se había retirado a Fremona y salvó así el pellejo. Tras restablecerse la calma, se produjo otro acercamiento del jesuita al nuevo emperador, que fue también fructífero. Susinios Segued, coronado en 1607, no tardó mucho en estimar sus consejos y sabiduría y hacerle entrega de tierras cerca del lago Tara, en la península de Tana, donde construyó una misión y una primera iglesia católica. 

Viajes con el emperador

La conversión de Susinios fue mucho más lenta, pero el favor y la amistad del emperador le acompañó siempre, haciendo viajes juntos por todo el territorio. En uno de ellos remontaron el gran río , hasta llegar a sus fuentes , el 21 de abril de 1618, según dejó anotado con precisión el jesuita, consciente de que había llegado a la fuente primigenia del Nilo, al menos de uno de sus brazos, el Azul. Pedro Páez de Xaramillo lo dejo documento y remarcado con esta frase: «Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro, su hijo Cambises, Alejandro Magno, y el famoso Julio Cesar».

La conversión de Susinios se produjo al poco de aquello y su objetivo pareció cumplido, pues esta vez no provocó revueltas ni guerras. Sin embargo, no pudo consolidar su obra, ni extenderla tan siquiera, pues la malaria acabaría con su vida el 22 de mayo de 1622. Su cadáver fue enterrado en la iglesia de Górgora que el mismo había construido y su legado no tardo en diluirse. No tuvo continuadores de su talla ni su prestigio y, a la muerte del emperador Susinios, su sucesor retorno a la doctrina ortodoxa.

La obra literaria de Páez de Jaramillo , monumental y valiosísima, sobre todo su Historia de Etiopía, culminada en 1620, no se perdió, pero como si lo hubiera hecho, pues pasó siglos sin publicarse y se borró casi su memoria. El hecho de estar escrita en portugués, lengua que dominaba tanto como su español nativo, unido a que indujo a confusiones la creencia de sus estudios en Coimbra, hizo que no viera la luz hasta el año 1905 como segundo y tercer volumen de los 16 que componen el Rerum Aethiopicarum Scriptores occidentales, de Camuilo Beccari.

En España hubo de esperar otro siglo más, aunque si se había publicado en Portugal en 1945. Lo hizo merced al tesón y empeño del editor Eduardo Riestra, que lo consiguió en el año 2014. En ella el misionero se descubre como gran observador y escritor de mérito, y no solo cuenta su peripecia, sino que ofrece una detallada descripción geográfica y narra su historia hasta su época. 

Mientras, y sumido el misionero español en el olvido, un desvergonzado impostor llamado James Bruce se apropió de su descubrimiento, y como tal figuraba y puede que aún figure en la Enciclopedia Britanica como descubridor europeo de las Fuentes del Nilo. Bruce llegó a ellas nada menos que 150 años más tarde, y sabía que allí había estado y lo había documentado Páez de Xaramillo, pero descaradamente no dejó de apropiárselo escribiendo con descaro a sus amigos: «Por lo que os escribí en la carta anterior, creo que no os quedará duda de que ninguno de los antiguos ni modernos ha descubierto antes que yo las fuentes del Nilo; y si es que Páez las vio, su descubrimiento ha sido inútil para las letras, por descuido de los jesuitas en no publicar su viaje».

Bruce no disfrutó, sin embargo, de la impostura, pues acabó por ser expulsado de la Royal Geographical Society por falsario. La obra de Jaramillo se publicó al fin, primero en portugués, idioma original en que la escribió. Pero aún debió aguadar más de medio siglo todavía para llegar a España. La peripecia la contó el propio Riestra en ABC y como acabó él por ser actor determinante en la misma. 

«Tuvieron aún que pasar algunos años para que el escritor Javier Reverte, que en 1999 llegaba a Addis Abeba preparando un libro que iba a cerrar su trilogía africana, Los caminos perdidos de África, tuviera una interesante conversación con el embajador español Pablo Zaldívar durante una cena en su casa: el embajador le habló de Páez y le mostró un ejemplar de la edición portuguesa de su libro.

Lo que ocurrió desde entonces fue una preciosa aventura. Javier Reverte viajó a Coimbra y a Roma, identificó una supuesta Olmeda de Valladolid como la actual Olmeda de las Fuentes, en la provincia de Madrid, y a mí, que regresaba tras cuatro años viviendo en Oporto y recorriendo sus alfarrabistas, me hizo conseguirle un ejemplar de la famosa edición de 1945. Por lo que a mí me toca, conseguí publicar íntegra por primera vez en castellano la Historia de Etiopía en Ediciones del Viento (en dos volúmenes de 600 páginas) casi cuatro siglos después de haber sido escrita y cuando se cumplían 450 años del nacimiento de su autor.

Dice Riestra que de haber sido Páez inglés, tendría más fama que Livingstone, que era clérigo y misionero como él, y yo añado que desde luego, y al menos cuando me llamo Javier Reverte hubiera sabido la razón, aunque no del todo cierta, del nombre de la calle en la que vivía.