Testigo mudo del cambio de vida

Agencias
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El fronterizo puente Simón Bolívar ha visto en apenas unos años cómo los trayectos han variado su curso y ahora es la localidad colombiana de Cúcuta la que recibe cientos de llegadas diarias

Testigo mudo del cambio de vida - Foto: CARLOS EDUARDO RAMIREZ

Hasta hace unos años, miles de colombianos cruzaban a diario el puente Simón Bolívar, principal paso limítrofe con Venezuela, para abastecerse de productos más baratos y de mejor calidad; pero ese flujo se invirtió y ahora son los vecinos los que viajan a Cúcuta en busca de un bienestar representado en alimentos y salud. Según el Gobierno de Bogotá, son unas 35.000 personas las que atraviesan cada día la frontera, algunas para abandonar definitivamente su país y otras para conseguir productos de primera necesidad que en la nación caribeña son un lujo.

Basta con mirar el paso fronterizo al caer la tarde para constatar que el número de personas que salen de Cúcuta para regresar a sus casas es mucho mayor que el de las que llegan de la venezolana San Antonio del Táchira. Pese a que las filas son largas, el tránsito por el puente fluye a buen ritmo y miles de ciudadanos se van de Colombia con costales llenos de comida, ropa o medicinas, mientras que otros simplemente terminan su jornada laboral y se van a descansar a su país.

En ese ir y venir, hay quienes se mueven en sillas de ruedas empujadas por algún familiar para conseguir atención médica, hombres y mujeres con niños en brazos y los vendedores de todo, desde medicinas hasta refrescos para disimular el calor que caracteriza a esta zona.

Es el caso de Víctor Guzmán, que vive en San Antonio, ciudad que en el pasado fue el paraíso de las compras para los colombianos, una especie de Miami de clase media, pero ahora los papeles se han invertido y el dorado está en Cúcuta. 

Eran otros tiempos aquellos en los que familias enteras viajaban a San Antonio desde distintas partes del país cafetero para comprar productos básicos, ropa, juguetes o electrodomésticos a precios mucho más asequibles que los de su país, por entonces una economía más cerrada, a diferencia de la apertura que vivía su vecino por la bonanza petrolera.

Pero vino la crisis y la situación dio un giro de 180 grados.

«Hace apenas dos semanas que vine por primera vez y es una maravilla, me agrada mucho la atención, es lo contrario a lo que pasa en Venezuela», asegura Guzmán sobre la manera cómo lo tratan en Cúcuta. En San Antonio, se gana la vida vendiendo pasajes de autobús para ciudades como Valencia o Barquisimeto, y además comercializa medicinas. En Colombia le ha ido bien y pone como ejemplo que pudo comprarle una sonda a su padre, quien sufre un cáncer de próstata y no ha recibido la atención adecuada.

Como los bolívares que gana se hacen polvo al cambiarlos por pesos, Guzmán, para que su dinero le rinda más, se acerca al comedor de la Casa de Paso de la Divina Providencia, donde junto a más de 4.000 compatriotas recibe almuerzo gratis.

«Son unas comidas excelentes, no tengo de qué quejarme. De hecho, me regalaron una camisa hace unos días y un pantalón», asevera.

Sin embargo, no todos los venezolanos que merodean por el puente regresan a su país a dormir, como Juan Carlos Olivares, que vive desde hace tres meses en Cúcuta después de que le robaran parte de su patrimonio en una barbería de su propiedad en Venezuela. Ahora busca «bienestar en comida, salud y medicinas». Según cuenta, cuando tiene que ir a San Antonio a buscar a algún familiar se siente atropellado. «Me da miedo cruzar para allá, por la inseguridad que hay», relata.

En las filas que se forman sobre el Simón Bolívar, algunos tratan de pasarse por donde la Guardia Nacional Bolivariana tiene habilitada una puerta para que pasen las personas discapacitadas, los adultos mayores y las madres con bebés en brazos. Se escuchan críticas a Maduro, a quien la gente culpa de sus penurias, como Fidelia, que asegura que fue el mandatario quien «destruyó el país». «No tenemos comida ni medicina, una grosería de ese señor», manifiesta.

Ella no cruza el puente todos los días porque vive en San Cristóbal, que está a unos 40 kilómetros de San Antonio, y no siempre consigue dinero para pagar el viaje en autobús. «Esto lo hace mucha gente porque nos vemos obligados a ir a esta ciudad colombiana que nos abre las puertas para comprar comida y medicinas, lo que esté a nuestro alcance con lo poco que tenemos», dice desconsolada.